Movimiento Jaime Bateman Cayon: enero 2012

TITULO COLORES

TITULO EN NAVEGADOR

domingo, 29 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: “Tres Sacerdotes guerrilleros venidos de España: Domingo Laín, José Antonio Jiménez y Manuel Pérez”

Manuel Pérez Martínez
 Sacerdotes guerrilleros (Parte 1 de 4)

Llegó el gran momento; el momento esperado por todos aquí en los campamentos centrales de las FARC; el momento esperado por el país político, por el país militar y por el país periodístico; estamos a finales de septiembre de 1990, y hoy se dan a conocer las conclusiones de la primera cumbre de comandantes de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, que deliberó durante varias semanas.

Nuevamente la sala de actos especiales del campamento de Alfonso Cano está repleta de gente, todos guerrilleros con uniformes y botas limpias; con sus armas recién aceitadas y con munición abundante; las camarógrafas y fotógrafas adjuntas al secretariado están en plena ebullición, activas, hacen sus filmaciones que posteriormente se verán fugazmente  en los noticieros de televisión y en las páginas de los periódicos.
En el estrado toman asiento Manuel Marulanda, Manuel Pérez, Raúl Reyes, Timoleón Jiménez y algunos comandantes de frentes; Cano da lectura al primer documento el cual contiene la nueva propuesta de paz para el gobierno, y se insiste en la necesidad del diálogo como una vía para llegar a esa paz; la lectura de documentos sigue sucesivamente en la boca de Marulanda y Pérez; las voces retumban entre la selva y ahogan el ininterrumpido rumor del río, pues los guerrilleros que tienen a su cargo el mantenimiento de los equipos de sonido y amplificación, los han preparado especialmente para esta ocasión; hoy hay autorización para que todo el mundo que quiera grabar, filmar o fotografiar, lo haga sin impedimento o limitación alguna.
Domingo Laín Sanz
Héctor, el simpático y agradable guerrillero de la UC-ELN, relata ante la audiencia guerrillera sus últimos chistes antes que comience el nuevo bombardeo de preguntas a su jefe, Manuel Pérez, en lo que será su última conferencia aquí. “Ojalá no se vaya a apagar el motor que genera la corriente eléctrica aquí, y se dañe el acto, porque de pronto los compañeros dicen que fuimos los de la UC-ELN que volamos el motor o la torre”, dice ante la audiencia guerrillera, parodiando las informaciones o desinformaciones de la prensa sobre la voladura de oleoductos por parte de ese movimiento insurgente.

Llegado a su final el acto informativo sobre la cumbre, de nuevo el sacerdote Manuel Pérez se enfrenta a todo un batallón de combatientes que disparan, esta vez no con sus fusiles, sino con sus preguntas e inquietudes intelectuales, políticas, históricas, sociales, revolucionarias.

El turno es para Alberto:

-¿Quiénes han sido los sacerdotes católicos que han estado vinculados al ELN y cuales son sus rasgos biográficos generales?

- El primero y más importante fue el padre Camilo Torres, el segundo fue Domingo Laín y José Antonio Jiménez. Ellos eran dos sacerdotes de mi promoción que hacían equipo conmigo y que juntos vinimos a América y a Colombia, y nos vinculamos juntos también al Ejército de Liberación Nacional en aquel tiempo.
Domingo Laín nació en un pueblito de Zaragoza, en la región de Aragón. El pueblito se llama Panissa; de una familia muy pobre, campesina. A la edad de diez años marchó al seminario porque su familia era muy católica, muy trabajadora, profundamente honrada. Y por lo católica le inculcó desde niño tanto la religiosidad como la honradez y la compenetración y confraternidad con todos aquellos también pobres que eran sus hermanos. Yo creo que esas virtudes muy cultivadas desde niño, fueron las que le hicieron ir viviendo su vida de preparación al sacerdocio, pero al mismo tiempo su ligazón desde esa misma niñez, a los pobres, y al mismo tiempo de rechazo a la injusticia.
Domingo, después de que vivió varios años en el seminario de Zaragoza, él, en sus deseos de convivir siempre con los más pobres, fue a estudiar a Bélgica con los padres blancos, con la idea de ir, en principio, a África. Pero hubo una dificultad que tuvo para realizar ese sueño, es que los padres blancos vivían muy alejados de la realidad de los pobres, y rechazando de plano el que hubiera que luchar contra la injusticia. Eso hizo que Laín se saliera de ese seminario y se vinculara al grupo de sacerdotes que veníamos para América Latina.

Domingo Laín, José Antonio Jiménez y Manuel Pérez
Domingo Laín viene desde el primer momento a Colombia. Él estuvo como sacerdote en los barrios Meisen y Tunjuelito, dos barrios del sur de Bogotá, muy  pobres, y dentro de las condiciones características en que nosotros nos habíamos formado. Él vivía en su barrio, y al mismo tiempo  que cumplía todos los oficios de sacerdote con la comunidad, trabajaba como obrero para ganar el sustento de su vida. Eso hizo que fuera aprovechando una serie de condiciones en el acompañamiento a la gente de sus barrios, y que hubiera una serie de movilizaciones y de protestas en las cuales Domingo estaba presente. Al mismo tiempo era muy claro en la explicación de la palabra del Evangelio a su comunidad. De por qué la pobreza que ellos vivían no era porque Dios quería, sino por la injusticia social a que eran sometidos por la explotación de los ricos. Eso, lógicamente, trajo problemas con las comunidades eclesiásticas de Bogotá, las cuales le pidieron que mejor saliera de la Diócesis. En esa realidad nos reunimos Domingo, José Antonio y yo en la República Dominicana, para analizar qué hacer ante esa expulsión que le habían hecho las autoridades eclesiásticas a Domingo, cuando la ilusión de todos nosotros era venirnos para Colombia.
 

Afortunadamente estaba monseñor Isaza, que era arzobispo de Cartagena, quien estaba dispuesto a recibirnos, y habiendo hablado con él, decía que aunque fuera en los barrios más pobres. Y él decía que eran precisamente los barrios donde casi ningún sacerdote quería ir. Para nosotros era muy bueno que eso fuera así. De ahí que nos viniéramos juntos a Cartagena. Después de casi un año en Cartagena, ya en la vida de los tres es que somos expulsados. El último en ser expulsado por su actividad en el barrio fue precisamente Domingo (Laín). Él fue expulsado por su actividad en el barrio, pero finalmente por unas conferencias que pronunció durante la celebración de la Semana Santa en Bogotá. Después de que habíamos sido expulsados de Cartagena, él se fue a Bogotá y celebró una Semana Santa en la Universidad Nacional. Ese fue el último acto legal de su sacerdocio que realizó en Colombia. De ahí de la Universidad Nacional fue trasladado al aeropuerto y, expulsado, ahí sí, por las autoridades civiles.

Tomado de "Crucifijos- sotanas y fusiles".

Continua en unos días...




sábado, 28 de enero de 2012

UPTC: Unidad y comBATE-MAN

El Movimiento Jaime Bateman Cayón,  le informa a la Comunidad Upetecista y al país:

1. Nos sumamos al rechazo del pueblo Boyacense y del pueblo colombiano en general por la venta de la Empresa de Energía de Boyacá, EBSA, a la compañía transnacional canadiense BCIF Holding Colombia S.A.S.

2. Condenamos la manera solapada y traicionera como el ex gobernador del departamento de Boyacá, José Rozo Millán (miembro del Neoliberal Partido Verde), entregó el 29 de diciembre de 2011 la EBSA, a espaldas de los trabajadores y del pueblo boyacense. Cabe a la perfección aquella frase del caudillo del pueblo Jorge Eliécer Gaitán: "Dolorosamente sabemos que en este país el gobierno tiene la metralla homicida para los hijos de la patria y la temblorosa rodilla en tierra ante el oro yanqui"… en este caso, el oro es canadiense.

3. Causa verdadera curiosidad y asombro, que el gobierno colombiano esté impulsando la candidatura del vicepresidente de la República, el “señor” Angelino Garzón ante la Organización Internacional del Trabajo, OIT, y que el 60 % de los trabajadores de la EBSA vayan a quedar desempleados. ¡Vaya carta de presentación!

4. Exigimos, como lo hicimos en oportunidades anteriores de la manera más cordial, que el Rector Gustavo Álvarez, junto con el Consejo Superior y Académico, tomen en cuenta la voz de los elementos constitutivos de nuestra alma mater para la toma de decisiones de todo orden.

5. Somos conscientes de la importancia de las movilizaciones estudiantiles, amplias y argumentadas pero sobretodo beligerantes; porque se sigue demostrando, que aunque la sociedad ponga en alto su voz de protesta, si ésta no va acompañada de la fuerza, no se le escucha. Hacemos nuestras las palabras del compañero Andrés Almarales: “Lo que pasa, es que hasta lo simplemente legal, tenemos que conseguirlo con las armas en la mano”.

6. Reiteramos nuestro compromiso con la Educación Pública; estamos tomando el lugar que nos corresponde a los jóvenes: AL FRENTE Y COMBATIENDO. No seremos nosotros, la generación que vive, mientras la educación pública muere.

7. Nos solidarizamos con los miles de colombianos que han sido desalojados de sus casas por el Escuadrón Móvil Antidisturbios, ESMAD. Se demuestra, una vez más, que la fuerza pública en Colombia sólo defiende a los poderosos. Por todo lo anterior, convocamos a la comunidad upetecista en general, a sumarse a esta jornada de desobediencia consciente.

Los invitamos al Tropel, al comBATE-MAN, porque “cuando la marcha se pone dura, los duros se ponen en marcha”.


Nota:
1. Denunciamos la infiltración de grupos de policías encapuchados de la SIJÍN que atentaban contra las instalaciones de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, lanzando piedras y destruyendo los laboratorios de nuestra Álma Mater.

2. La violación descarada de los Derechos Humanos contra los estudiantes. La policía Nacional utiliza armas no convencionales, recalzadas, tuercas, puntillas, tornillos, cuchillas, para herir de muerte a quien esté protestando.



lunes, 16 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman Parte 3 Final

Jaime Bateman Cayón (Parte 3 de 3 Final)

"Recuerdo cuando mataron a Camilo..."


Vivía en una pensión situada en la calle veintisiete con carrera veintiseis, junto con mi hermana y Carlos Romero, entonces su marido, quien era dirigente de la Juventud Comunista. Hoy es vicepresidente del Concejo de Bogotá y miembro del P.C. (Partido Comunista). Me dediqué de lleno a la política. Ingresé a la JUCO en 1960 y le hice campaña a Alfonso López Michelsen. Tal vez él no me recuerde. Pero nos veíamos en las comidas, en las manifestaciones. Yo era de los que hablaba primero para atraer a la gente. Esa es la mecánica. Adelante mandan a unos tipos a que reúnan a la población. Luego llega el jefe y habla. Eché discursos en favor de López en muchos lugares: Ciénaga, Fundación, Aracataca... 

Tal vez fue allá donde se retiró del teatro, enfurecido, porque los comunistas habían hegemonizado la manifestación. Yo tenía un taller de screen con algunos compañeros. Quizás López no recuerde que contrató con nosotros la hechura, a mano de cien mil afiches. El me entregó el dinero... En los barrios de Bogotá también le hice campaña. Fueron muchos los sitios a donde lo acompañé. Pero él iba con su comitiva, en sus aviones, en sus carros y a nosotros nos tocaba comer carretera con el proletariado. Hacíamos manifestaciones inmensas en la Plaza de Bolívar. Generalmente yo estaba en la tribuna, a su lado. Pero ahí ya eran otros los que echaban los discursos. Villar Borda “El Conde”... ¡Cómo se llama ese tipo, hombre! “El Conde”, ése todo señorial, ése que hacía parte de la Dirección Liberal. Ese a quien acusaban de ser oligarca y que dijo una vez: “¡Más vale un oligarca al servicio de los pobres, que un pobre al servicio de los ricos!” 

Recuerdo también a la ex ministra de Trabajo, María Elena de Crovo. Me acuerdo de ella, la que soltó tantas lágrimas de cocodrilo cuando el entierro de José Raquel Mercado. De ella, la que bailaba tanto conmigo en las fiestas de la JUCO. 

Esa época era distinta a la de ahora. Acababa de triunfar la Revolución Cubana. Había más mística... Yo estuve preso cuando la CIA condujo la invasión a Playa Girón. Hicimos una manifestación monstruosa, de protesta, frente a la Embajada norteamericana. Nos allanaron la casa y me detuvieron. Permanecí unos días en unos calabozos que quedaban en la calle doce con la carrera cuarta. Entonces demandé al juez por daños y perjuicios. El se enfureció. 

Los pájaros disparándoles a las escopetas! —gritaba—. Era el juez veintitrés, recuerdo. Fue tal la rabia que le produjo mi demanda que me tuvo preso un tiempo más. Injustamente detenido por el sistema, ¿cierto? 

Con el fundador del Ejército Popular de Liberación, Pedro Vásquez, muerto en combate hace algunos años, formamos el grupo de choque de la JUCO. Les dábamos duro a los que, de noche, ponían avisos contra la Revolución Cubana. ¡Los cogíamos a cadenazos! Una vez, un miembro del Comité Central, borracho, comenzó a formar problema en una reunión. Le dimos con la cadena, obvio. Ya principiábamos a crearle dificultades al Partido. 

Jaime Bateman en la URSS
La JUCO me envió, entonces, a la Unión Soviética. Allá hice un curso de ciencias políticas. Yo me había inscrito en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional en Bogotá. Pero me la pasaba haciendo política. Si quedaba algún tiempo libre iba al Café Lutecia a tomar tinto y a jugar ajedrez. Jamás estudiaba. Pero leía mucho. Sólo lo que interesaba, obvio: Jorge Amado, Luis Carlos Prestes, Máximo Gorki.... En la Unión Soviética sí me tocó estudiar. Tuve que leer todas las obras de Lenin, muchas de Marx (El Capital, apenas mordisqueadito), algunas de Hegel, de cuanta mierda... Cuando terminé el curso ingresé al hospital ¡Eso fue un lío! Como yo era tan flaco, prácticamente no había lugar de donde me pudieran sacar la carne que necesitaba para hacerme los injertos en la pierna. ¡Esa maldita pierna! me molesta desde que tengo once años. Me la fracturé y el médico en Barranquilla, de bruto, me puso el yeso directamente sobre la herida. La pierna se iba gangrenando. Casi tienen que cortármela. En el hospital permanecí ocho meses. Estaba en un pabellón donde había muchos marineros. Con ellos aprendí a hablar ruso como chocoano. En Moscú había también varios brasileros. Me enseñaron a bailar zamba y a putear en portugués. ¡Hasta era divertido! Pero me aburrí en la Unión Soviética y regresé en 1962. Quizás fue en 1963. No estoy seguro. Claro que a mí no me gusta mencionar que estuve allá porque eso desprestigia. En serio. No se ría. ¡Desprestigia berracamente! 

Camilo Torres Restrepo en la Universidad Nacional
Llegué a Bogotá en la época de Camilo Torres. Viví intensamente ese período de su movimiento estudiantil. Yo era el responsable de la JUCO en Bogotá y, como tal, participaba en el movimiento. Conocí a toda la gente de la Federación de Universidades. En esa época el presidente de la FUN (Federación Universitaria Nacional) era Julio César Cortés. Primero lo sucedió Armando Correa, quien murió en el Ejército de Liberación Nacional y, luego, Jorge Posada. Yo no estuve tan cerca de Camilo como Julio César Cortés o Jaime Arenas. Pero sí lo conocí mucho. Lo defendía. A mí me hirieron durante una manifestación que hizo Camilo en Bogotá. Un tipo quería acercársele y me dio un golpe que me partió la mano. Había mucha pugna entre los distintos grupos por estar a su lado. Todo el mundo lo rodeaba. 

Pintura de Camilo Torres Restrepo
Pero recuerdo la primera reunión que él cito para hacer un llamamiento popular. López Michelsen, María Elena de Crovo, María Arango, muchos estábamos presentes. Camilo comenzó a hablar y todos se fueron retirando. Nos quedamos solos, con él, María Arango y yo. Le aconsejamos que hiciera algo más premeditado, más serio, menos infantil que lo que entonces decía: ¡era algo así como hacer una manifestación en la plaza de Bolívar y luego tomarse el poder! Pero después empezó su actividad en la Universidad, mucho más vigorosa. Comenzó a enfrentarse a la multitud, y la gente empezó a participar. 

Camilo en la guerrilla
Camilo hablaba sin tapujos, con sinceridad, sin pendejadas, con sencillez... Su discurso era muy elemental. La gente lo entendía. Además, era de una gran amplitud. Para nosotros, ésa fue la más importante de sus enseñanzas: ésa, la de que en este país la revolución tiene que ser popular; ésa, la de que hay que hacerla con todo el mundo, sin discriminaciones. El planteamiento de Camilo no era socialista, tampoco era comunista. Era popular, democrático, antioligárquico, antiimperialista... Y el Ejército de Liberación Nacional, en esa época, representaba mucho esa corriente. (Fue posteriormente, cuando el ELN estaba ya muy golpeado, que se radicalizó). Esa discusión, la de si Camilo ha debido irse a o no a la guerrilla, ¡es tontería! Todo es tan relativo... Seguro no escogió bien el momento... Ellos habían llegado a una conclusión falsa: la de que ya se les había cerrado el camino de la legalidad. Y, realmente, lo que nosotros veíamos era que a las manifestaciones de Camilo salía mucho la gente. ¡Claro que siempre había problemas con la policía! Pero se estaban haciendo movilizaciones de masas... 

Recuerdo cuando mataron a Camilo. Meses antes, yo iba a reemplazar a Manuel Cepeda en la Secretaría General de la JUCO. Pero fue Carlos Romero quien lo sustituyó. A mí, el monte me llamó más la atención. Me fui para la guerrilla. Ingresé a las FARC. 

Recuerdo cuando mataron a Camilo... 

Su muerte me produjo ira y tristeza. Sí, mucha tristeza... Quizás en mi vida nunca he estado tan triste como cuando murió Camilo. No acostumbro llorar. No me gusta... Jamás lloro. Pero sí, cuando mataron a Camilo, tal vez lloré... No sé, no me acuerdo bien... Era el estado del llanto en todo caso... 

Recuerdo cuando mataron a Camilo...

Con su muerte, como con la de Gaitán, el país sufrió otra enorme frustración... Con su muerte, como con la de Gaitán, al pueblo se le cerró otra puerta... Con su muerte, como con la de Gaitán, a los pobres se les esfumó otra esperanza... 

Recuerdo cuando mataron a Camilo...

 


Tomado de "Siembra Vientos y Recogerás Tempestades" de Patricia Lara.

Otras Publicaciones:


Jaime Bateman Parte 1 "A Gaitán lo asesinó la oligarquía"


Jaime Bateman parte 2 "Nos enfrentamos a la dictadura"

domingo, 15 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman Parte 2 : Yo era muy necio

Jaime Bateman Cayón (Parte 2 de 3)

"Nos enfrentamos a la Dictadura"



Jaime Bateman (Silla) en su primera Comunión
Recuerdo la época de Rojas Pinilla. En 1953, cuando tomó el poder, yo tenía trece años. Mi familia era liberal. Como había caído el presidente conservador Laureano Gómez, mis padres estaban felices. También yo, obvio. Entonces, no teníamos comodidades especiales. Nunca las tuvimos. Pero vivíamos bien. Nuestra casa quedaba en la Calle del Río. Su fachada era blanca. Su dueña había resuelto pintarla por dentro de verde aguamarina. Mi cuarto quedaba más allá del patio, tras los árboles, junto a la cocina. Detrás de la paredilla blanca vivía Salvadorcito. Joaquín Bohórquez, el viceministro de Hacienda del gobierno de López, vivía del otro lado. Cerca quedaba el Gimnasio Santa Marta. El samario de la televisión, Franky Linero, estudiaba conmigo. El banquero internacional, José Ochoa, también fue compañero mío. Me acuerdo de él porque hablaba muy bien inglés, era muy bueno para las matemáticas y jamás iba a comer burra con nosotros. ¡Es que... no parecía costeño! 

A mí me marcó el viejo Núñez, rector del Gimnasio Santa Marta, hecho a imagen y semejanza del Gimnasio Moderno. Dos veces me expulsó por echar en el suelo desbarata baile, esa hoja jugosa que despide un olor espantoso cuando uno la pisa. ¡Yo era muy necio! Hacía avioncitos de papel y los echaba a volar en plena clase. Era inquieto. No estudiaba. Pero me iba bien. Mi mamá decía que el viejo Núñez se condolía de ella porque vendía quesos, leche, de cuanta mierda, para costear la educación de sus hijos. El sueldo que ganaba mi papá no nos alcanzaba. Por eso, decía mi mamá, al viejo Núñez le daba lástima y me volvía a recibir luego de que me botaba. 

Jaime Bateman y su "bendita pierna"
Yo era tesorero de la Legión de María. Un día la jefa se fue y nos bebimos la plata de la Legión. Tomábamos mucho ron caña, el más barato. ¡En Santa Marta, alguien tiene que acordarse de mí en las parrandas! Me decían El Fundidor. Sacaba a bailar a las peladas y solamente las soltaba cuando se fundían de cansancio. En los carnavales tocaba tambor. Lo hacía para conseguir trago más que todo. Las parrandas, sabrosas, las cumbiambas... Yo participa en las cumbiambas tocando la hembra, el tambor que llama. Otro tocaba el macho, otro la rasca, otra la tambora, especie de bombo. Otro el guache, ese tarro de aluminio que tiene pepitas adentro. Y así recorríamos las calles disfrazados, cubiertos por los capuchones, tocando tambor, cantando, bailando, bebiendo ron. ¡Y se formaban las peleas! Siempre he sido violento cuando me emborracho, peligroso. Por lo general, las fiestas acababan en puños. Los bailes, sabrosos, los boleros... Era la época de Daniel Santos, de Beny Moré, del Casino de la Playa, de Alberto Beltrán, de Pacho Galán, de Bienveni¬do Granda... Me encantaba bailar. Me fascina. Salsa es lo que mejor bailo. Yo iba mucho a esos bares de la Costa en donde los hombres, solos, bailan la charanga. Y tiraba mucho paso. ¡Sí, bastante! Cuando no bailábamos íbamos a los billares Panamericana. Quedaban en la Calle San Vicente del Cangrejal. Todavía existen. Me encantaba el billar. Me fascina. Me gusta tanto como la pachanga y tanto como el mar. En el mar me la pasaba... Del colegio nos escapábamos para ir a bañarnos desnudos en la bahía. Era buen nadador. Fui campeón de natación. Campeón en todos los estilos. Sólo perdí una competen¬cia. ¡Era que ese día estaba enguayabado! 
Pues sí, yo vivía en el mar... Buceaba moneditas que los gringos me tiraban desde el muelle. Recorríamos la bahía en cayucos. Se los alquilábamos a un viejo pescador que habitaba en el barrio Ancón. Felicidad, le decíamos. Siempre estaba alegre... Ese barrio de pescadores no existe ya. En su lugar está ahora el Puerto. Dos pesos con cincuenta valía el alquiler del cayuco: de ocho de la mañana a tres de la tarde. Ibamos al Morro o a Taganga. Siempre quería llegar lejos. Pero mi amigo le temía al mar. Y eso me daba mucha rabia. Entonces, meneaba el cayuco hasta que se mareaba y lo ponía a llorar. Y lo hacía pedir perdón. Sólo así regresábamos. ¡Pobre! Siempre llegábamos un poco antes que el atardecer. 

Por las noches, íbamos al Bar Avenida. Recuerdo sus paredes amarillentas, sus mesas con manteles a cuadros rojos, su piano... La música salía del traganíquel, generalmente. A veces tocaba alguna orquesta. Bebíamos lo que pudiéramos pagar: Nevada, Anís Río de Oro o Ron Caña. Nos servían las meseras... Cuando teníamos plata, nos las llevábamos para cualquier pensión de mala muerte. A veces, dormíamos en el Hotel San Carlos. Era de madera. Afuera tronaba el ferrocarril. La noche valía cinco barras. Las meseras cobraban cincuenta por una noche entera y veinte por un ratico. Rara vez teníamos dinero. Entonces se formaban las peleas. Y todo terminaba en trompadas. 

Ya en esa época me habían expulsado definitivamente del Gimnasio Santa Marta. Me botó el cura que enseñaba Historia Sagrada. Se enfureció un día que le dije que por qué no nos contaba otro cuento... Poco fue lo que aprendí en ese colegio: ortografía, lectura y redacción. No más. Luego fui redoblante en la banda de guerra del Liceo Celedón. El ambiente del Liceo era muy popular. ¡Fue ahí donde se crearon los elementos de una rebeldía muy berraca! 

Nos enfrentamos a la dictadura. Cursaba cuarto o quinto de bachillerato. En esos días, mayo de 1957, cuando cayó Rojas Pinilla, tenía diecisiete años. Yo participé intensamente en la lucha contra Rojas. Encabezaba las manifestaciones. Tiraba piedra. Me mezclaba con la gente. Echaba discursos. Agitaba. Así hice mis primeros trotes en la rebeldía. Empecé mi vida política luchando al lado de la burguesía. Nuestra consigna era muy burguesa: “¡Lleras, Lleras, libertad, libertad!”. Eso era lo que gritábamos. ¡Pero con Lleras, de 1957 en adelante, no pasó un carajo! Entonces le dimos la espalda a la burguesía. Eramos varios. Me acuerdo de Félix Vega y de Pedro Bonnet, hoy brazo derecho de uno de los principales oligarcas colombianos, Julio Mario Santodomingo. 

Del Liceo Celedón me expulsaron también por revoltoso. Hacía huelgas. Protestaba contra los profesores injustos... Una vez arrastramos a un profesor en calzoncillos por todo el colegio. Nos había puesto cero a todos. Y eso era injusto. Cuando terminé quinto, el rector del Liceo, Alfredo Almenares, me botó por ser el abandera¬do de las manifestaciones contra el profesor Montero, un tipo a quien debíamos aguantarnos a pesar de que el estudiantado no lo quería. Entonces, vine a Bogotá a cursar sexto de bachillerato. Me matriculé en el Colegio Interamericano.

En Bogotá...

(Continúa en unos días...)




martes, 10 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman "A Gaitán lo asesinó la oligarquía"

Jaime Bateman Cayón (Parte 1 de 3)
"A Gaitán lo asesinó la oligarquía"


Carlos Bateman, Jaime Bateman (Centro) y Matilde Bateman
Cuando mataron a Gaitán el Ejército llegó a mi casa. Mi papá trabajaba en Telecom. La gente enfurecida por el asesinato de su líder, iba a destruir las instalaciones de la Empresa de Telecomunicaciones del Gobierno. Y llegó el Ejército... Los soldados vivieron en mi casa durante dos meses. El Gobierno los había abandonado. Nadie les enviaba ropa ni comida. Sudaban. No soportaban el calor de Santa Marta. Eran de Boyacá, de la montaña. En los alrededores de mi casa había ciruelos. Les bajaba las frutas. Eso era lo que comían. ¡Pobres soldaditos! 


Clementina Cayón,
Madre de Bateman.
Dos semanas después del nueve de abril cumpliría ocho años. Entonces, ya sabía yo quién era Gaitán. En mi casa se discutía mucho de política. Mi mamá ha sido activista liberal toda su vida. Desde pequeño me interesé por Gaitán. Lo oía... Me impresionó mucho su muerte. 

A Gaitán lo asesinó la oligarquía. Y lo mató porque él quería instaurar la democracia. Gaitán había logrado revivir el movimiento popular, el cual estaba adquiriendo dimensiones impredecibles. Y eso amenazaba los intereses de la oligarquía conservadora que detentaba entonces el poder. Gaitán despertó en el pueblo expectativas de triunfo. Le enseñó que, un día, el poder de los pobres triunfaría sobre el poder de los ricos... Y así iba a ocurrir... Por eso lo mataron... Por eso el Gobierno de Ospina Pérez ahogó el movimiento de masas. Por eso armó su policía política. Por eso desalojaron a los campesinos de sus tierras. Por eso se empuñaron las armas. Por eso murieron trescientos mil colombianos... Por eso han seguido muriendo... Por eso morirán otros... Por eso, quizás, moriremos nosotros... Porque en este país no hay democracia. Porque aquí la democracia tendremos que conquistarla con las armas. 

Y en ese momento, cuando asesinaron a Gaitán, la respuesta popular fue violenta. Y así tenía que ser. Pero fue una respuesta desorgani¬zada. Los jefes liberales no se colocaron a la cabeza de la insurrección. No derrocaron al Gobierno que estaba asesinando al pueblo liberal. No fueron capaces de responderle a la masa que los apoyaba entonces. ¡Pero es que ellos no podían hacerlo! De haberle respondido, hubieran atentado contra los intereses de su clase. Hubieran colaborado con el triunfo de los pobres, del pueblo. Y al día siguiente del asesinato de Gaitán, cuando las casas incendiadas humeaban todavía, cuando la gente, a la deriva, había ahogado en alcohol su desconcierto, Darío Echandía, amigo personal y político de Gaitán, era el nuevo ministro de Gobierno. Y se intensificó la violencia. Y fue una violencia inducida desde arriba, como decía Camilo. ¡Este tema se ha analizado tanto! Pero creo que cuando el pueblo liberal se mata con el pueblo conservador es porque hay algo detrás. ¡Y no eran los oligarcas los que se mataban! Eran los humildes. ¡Y no era el pueblo el que incitaba a la violencia! Eran los de arriba. Sospechosa maniobra, ¿cierto? El sectarismo los ayudaba a conseguir adeptos, a conseguir tierras. Ahí están las cifras que demuestran cómo, durante ese período, cambió en Colombia la tenencia de la tierra a una velocidad vertiginosa. Cientos de miles de campesinos fueron despojados de sus tierras. Cientos de miles fueron asesinados. Cientos de miles... Es que esta oligarquía es capaz de recurrir a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Y recurrió a la violencia... 

Laureano Gómez y Alberto Lleras.
Pero esa violencia iba a salírseles de las manos. Iba a conducir a otra solución. Por eso tenían que detenerla. Y cuando Rojas Pinilla dio el golpe militar, cundió el júbilo entre la oligarquía liberal. Y el ex presidente Santos brindó con champaña en su casa de París. Pero Rojas comenzó a darle cosas a la gente, cosas... Eso puede ser populismo, lo que se quiera, pero la gente se acuerda de las cosas, las cosas. Y el pueblo lo que más recuerda del Gobierno de Rojas fue lo que hizo su hija María Eugenia. Ella les repartía alimentos a los pobres, ropa, les regalaba en Navidad juguetes a los niños, ayudaba a los ancianos. Eso no iba a cambiar la estructura del Estado, obvio. Pero era mucho más fácil de palpar que lo que habían hecho otros gobiernos. Y la oligarquía le retiró su apoyo a Rojas. Rojas se dio cuenta, entonces, de que necesitaba el apoyo de un partido político diferente del liberal y del conservador. El iba ya hacia la conformación de lo que fue poste¬riormente la ANAPO: un tercer partido destinado a romper la hegemonía de los otros dos, hegemonía oligárquica, plutocrática, que no estaba respaldada por el pueblo liberal ni tampoco por el conservador, hegemonía de un sector muy reducido, muy cerrado de la sociedad colombiana, hegemonía de siempre... 

El General Rojas Pinilla al centro.
Y la oligarquía liberal y la oligarquía conservadora se sintieron entonces viudas del poder. Y se unieron con una facilidad increíble. Y organizaron el derrocamiento de Rojas Pinilla. Y pactaron la alternación en el poder: el Frente Nacional. Y el Partido Liberal y el Partido Conservador se repartieron el poder por la mitad. Y saciaron así sus apetitos burocráticos. Y apren¬dieron a gobernar unidos. Y creyeron haber descubierto la fórmula para reinar por los siglos de los siglos... 



Y decretaron el silencio... 

Nuestra casa quedaba detrás del mar. Era grande. La rodeaban prados y campos de golf. Pero no era nuestra. Pertenecía a la United Fruit Company. Estaba dentro de “El Prado”, la ciudadela de los gringos. Nosotros no podíamos jugar golf en sus campos, ni bañarnos en sus piscinas, ni bailar en sus clubes. Eso sólo podían hacerlo ellos. Los gringos comían mejor que nosotros. A nosotros nos daban la misma comida que a sus perros. 

Igual ocurría antes, cuando vivíamos en Guacamayal, un pueblo de la zona bananera. Mi papá era secretario de la Compañía Agrícola del Magdalena. En Sevilla, una aldea próspera y cercana, vivían los gringos. En Guacamayal vivíamos nosotros. Ellos tenían clubes, piscinas, teatros. Pero allá tampoco podíamos ir. Permanecíamos entonces en nuestra casa blanca de puertas y ventanas verdes. 

Para llegar al inodoro, un cajón a la intemperie, había que atravesar un patio lleno de palmas de coco, de cauchos y de almendros. En el mismo lugar vive hoy el dentista de ese pueblo polvoriento. Allá, los huecos de las muelas siguen emparejándose con su fresa de pedal implacable. Como hoy, también antes desfilaba por el frente de la casa la burra que arrastraba el acueducto del pueblo: una caneca de lata oxidada colocada horizontalmente sobre dos horquetas rematadas por ruedas. Al otro extremo de la caneca, un orificio tapado por un frasco de jarabe para la tos servía de grifo: cuando las señoras se acercaban con sus calderos viejos para llenarlos de agua comprada, el hombre retiraba el frasco, y el chorro oscuro de agua extraída del río que hoy todavía corre enfrente de la antigua casa brotaba entonces. Es el río Guacamayal. Todos los días, a las cuatro de la tarde, el tren lo atravesaba por ese puente que yo veía enorme. En sus orillas permanecía horas enteras... No me cansaba de mirar cómo se abombaban por encima del agua los vestidos de las lavanderas que se hundían mientras golpeaban la ropa espumosa con sus manducos largos, planos, de madera. Luego desfilaban por el frente de mi casa sosteniendo con las manos, sobre sus cabezas, las bateas llenas de ropa limpia. Sus vestidos empapados se pegaban a sus cuerpos de mujer.

Recuerdo la época de Rojas Pinilla...

(Continúa en unos días...)

Tomado de "Siembra Vientos y Recogerás Tempestades" de Patricia Lara.


Otras Publicaciones:

Julián Conrado le escribe al Mov. Jaime Bateman:
http://movimientojaimebatemancayon.blogspot.com/2011/12/carta-de-julian-conrado-al-movimiento.html


El lápiz del estudiante:

Los malvados no cantan:


viernes, 6 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: La mítica Casa Verde 3 parte


Entrega Doce de "Relatos de la Violencia"

 La mítica "Casa Verde" (Parte 3 de 3 Final)


Manuel Marulanda e Iván Marino Ospina
Unos meses después hicimos las entrevistas con Isauro Yosa, alias Mayor Lister, y con Eusebio Prada. Desde el tiempo en que andábamos recogiendo el material que sirvió de base para escribir Siguiendo el corte, nos habíamos encontrados con estos nombres y los teníamos, digamos, en la mira. Sabíamos que Isauro vivía en el Alto Ariari y que Prada andaba escondido después de un atentado al que sobrevivió milagrosamente. Un viejo militante del Partido Comunista, Gerardo González, que conocimos en el Primer Foro sobre La Macarena llevado a cabo en Vista Hermosa, en el año 85, nos hizo la relación.

Conocimos en uno de los barrios que rodeaba a Soacha a Isauro Yosa. Tendría en ese momento unos sesenta años y sufría de los riñones, mal que terminó llevándolo a la tumba a principios de 1994. Tenía un cuerpo robusto que debió ser fuerte pero no ágil. Hablaba con mucho cuidado, midiendo cada palabra, pero poco a poco fue dejándonos ver su alma. Le prometí regresar cuando hubiera terminado el texto preliminar. Nunca le cumplí la promesa.

A Eusebio Prada lo entrevistamos en Bogotá. Vivía con Teresita, su mujer. Él estaba todavía convaleciente y acababa de regresar de Alemania Oriental, donde le habían sacado cuatro de los cinco proyectiles que un sicario le clavó en el cuerpo cuando se exterminaba, a los ojos de todos los colombianos y del gobierno, a la UP (Unión Patriótica). Prada es un hombre al que se le toca el fondo con rapidez porque se abre con generosidad. Hablamos mucho tiempo. Una gran parte la dedicó, como es explicable, a contarnos el atentado. Él es el Mono Mejías. Su vida en el relato de “El camino de los huyentes” es contada por el Mono Jojoy, a quien conocimos en El Confín, saliendo de La Caucha. Conversamos con él mientras nos preparaban el almuerzo. Es uno de esos guerrilleros que pertenecen por estirpe a la guerra. Hijo de un guerrillero de Juan de la Cruz Varela, nació, creció y ha vivido siempre en la guerra. Es oriundo del Sumapaz y fue uno de los huyentes que engrosaron la Columna de Marcha hacia el Duda, dirigidos por Eusebio Prada. Dicen que es el sucesor de Marulanda. Se ofrecen hoy quinientos millones de pesos por él.

Dos años después volvimos al Secretariado. La relación oficial con la Coordinadora Guerrillera se deterioró durante el gobierno de Barco, que centró todo su esfuerzo de paz con el M-19. Con Gaviria y la Constituyente se abrió una esperanza de paz que poco a poco se fue agotando. La desmovilización a cambio de la participación en la Asamblea Constituyente era un negocio muy difícil, y más si se tiene en cuenta que el tiempo que había para hacerlo resultaba muy corto. Pero todavía unos meses antes de la votación para la Asamblea Constituyente muchos acariciábamos la ilusión de ver a la CGSB (Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar) en el recinto de sesiones defendiendo sus tesis políticas. El clima que vivíamos era propicio para una negociación exitosa. El país hubiera sellado el acuerdo con una ovación cerrada.

Con la esperanza –que hoy reconozco pretenciosa e ingenua- de acercar las distancias entre las Consejería de Paz y la Coordinadora, organizamos un segundo viaje al Secretariado. Consulté, al título personal, mis intenciones a la Consejería y decidí meterme al Sumapaz, una vez más, sin autorización alguna, ni de uno ni de otro bando. Usamos el mismo método anterior: recorrimos a partir de Cabrera el camino que ya conocíamos, hasta que la guerrilla nos paró; muy cerca de la Cabecera del Plan, donde llegamos el primero de noviembre de 1990, un mes antes de la votación para escoger candidatos a la Constituyente. Entre el morral llevábamos las transcripciones de las entrevistas que habíamos hecho en el primer viaje. La patrulla que nos detuvo se comunicó con Alfonso y nos dieron además del visto bueno para continuar el camino, cinco bestias excelentes. No olvidaré la mía, llamada El Conejo, que había sido de Jacobo. Un caballito alazán muy atento y memorioso. En tres jornadas estuvimos en Ucrania, que ya conocíamos. Cerca se había construido El Pueblito, sede del secretariado: unas diez casas de madera con luz eléctrica  generada por la rueda Pelton de Marulanda. En el centro está todavía –ya que el ejército la ha respetado- la tumba de Jacobo. Un mausoleo, para nuestro gusto un tanto pasado de moda, que en el momento en que llegamos, tenía guardia de honor permanente. Alfonso salió a recibirnos como la primera vez, y pronto nos encontramos en su casa discutiendo la importancia de la Constituyente y la posibilidad de que la Coordinadora Guerrillera participara.

Al día siguiente nos recibió Marulanda. La conversación giró en torno a la muerte de Jacobo y al vacío que había dejado. Lo notamos muy golpeado, y no nos quiso abrir la ventana para discutir el asunto de la participación en la Constituyente de la desmovilización. Estando en esas oímos un helicóptero muy cerca. Hubo revuelo general dentro de un gran control. Marulanda siguió hablando, pero se notaba que tenía una oreja en el motor del aparato. El ruido se fue haciendo cada vez más fuerte hasta oír las aspas justo encima de nosotros. Marulanda se apartó del grupo, nos pidió excusas, habló por radio-teléfono y miró desde una lomita el Black Huck sin inmutarse. Luego regresó y nos dijo: “Están con ganas de meterse” El helicóptero se alejó y dio por terminada la entrevista. Antes de despedirnos le conté que llevábamos la transcripción de la grabación para que él la conociera. Me dijo: “Si es una transcripción, ¿para qué revisarla? Lo que dije lo dije. Yo no cambio de historia cada año”.

Alfonso nos sugirió que saliéramos cuanto antes porque esperaban un bombardeo de un momento a otro. Esa noche nos mostraron un video, llamado “Aquí estamos, Putumayo”, sobre un ataque de la guerrilla a los campos paramilitares de El Azul en el río Putumayo. Nos pareció un elogio a la violencia, pero además, mostraba a la guerrilla marchando a paso de ganso como si fuera tropas soviéticas o nazis. Con franqueza y evidente fastidio se lo dijimos a Cano. Quedó en silencio un rato y nos respondió con tristeza: “Es que la guerra es monstruosa”.  

Salimos de El Pueblito hacia las ocho de la mañana del día siguiente. Nos esperaban tres días de camino. Habíamos andado una hora cuando vimos un avión negro frente a nosotros, a una distancia no mayor de dos o tres kilómetros. Nuestros guías gritaron: “Es el marrano. ¡Al suelo!” Como pudimos nos tiramos de los caballos y corrimos para cualquier lado. En ese momento se oyeron las primeras bombas. En medio del desconcierto me tiré a un hueco que resultó ser una trinchera. Una vez se calmaron las cosas, tuve que –abochornado e impotente- pedir ayuda para salir. Los guerrilleros no podían de la risa al ver mi torpeza.

El amago de bombardeo renovó nuestra intención de abandonar a marchas forzadas la zona. Lo que se veía venir era grande. Dos horas después el avión volvió con su cargamento de bombas y de terror. Llegando a Casa Verde volvimos a escuchar los totazos. Un guerrillero nos comentó: “Parece que comenzó la fiesta”. El ruido de las bombas nos siguió, cada vez más débil e intermitente, hasta que coronamos el páramo. Allá el silencio continuaba reinando majestuoso.

La noche cayó cuando entrábamos a la Cabecera del Plan y allí dormimos. Serían las tres de la mañana cuando llegaron jadeantes dos guerrilleros. Pidieron permiso y se acomodaron en el suelo. Uno de nuestros guías les preguntó cómo estaban las cosas por allá abajo, es decir, hacia Cabrera. La respuesta nos heló a los que estábamos despiertos: “Pues hermano –respondió uno de los recién llegados-, eso está lleno de chulos. Dicen que hay comisiones que vienen hacia el Plan y otras que van hacia el Duda”. La noche, pues, se acabó. Fernando y yo nos levantamos a esperar la invasión a pie. Los guerrilleros, no obstante, siguieron durmiendo. A las cinco estábamos ensillando y a las seis salimos. Esperábamos encontramos con el ejército en cualquier momento. Decidimos no salir por Cabrera sino por San Juan de Sumapaz, a donde llegamos cuando el bus de la una de la tarde estaba saliendo. A las cinco estábamos en territorio conocido, la avenida Primera de Mayo.

Atrás quedaban nuestra ilusión de paz y el miedo a los bombardeos. Adelante nos esperaba la guerra integral que el gobierno de César Gaviria declararía unos meses después.

Bogotá, octubre de 1992. 
Alfredo Molano.


(Tomado de "Trochas y Fusiles" del sociólogo Alfredo Molano Bravo)


Otras Publicaciones:

La mítica Casa verde Parte 1:


La mítica Casa Verde Parte 2:

Julián Conrado le escribe al Mov. Jaime Bateman:





miércoles, 4 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: La mítica Casa Verde 2 parte


Entrega Once de "Relatos de la Violencia"

La mítica "Casa Verde" (Parte 2 de 3)





Por lo que vimos en La Caucha, las relaciones entre Jacobo y Marulanda eran respetuosas e intensas. Pero conservaban una cierta distancia, que inclusive en lo cotidiano era física. Vivían separados. Cada uno tenía su propia escolta y su cocina aparte. Manuel bajaba de su casa acompañado de un perro y armado con una M1 –el arma según él mejor diseñada-. Jacobo no subía casi nunca.

Los retazos de autobiografía que nos contó Jacobo nos llevaron a pensar en la posibilidad de hacer una serie de historias de vida. No sólo con Jacobo y Marulanda, sino con guerrilleros y guerrilleras de tropa. A Alfonso le sonó la iniciativa y nos dijo que lo iba a proponer al Secretariado. Jacobo aceptó de inmediato; Manuel, más retrechero, pidió un tiempo para pensar. Jacobo se sentó frente a la grabadora y nos atiborró de discursos altisonantes que no nos sirvieron para nada porque carecían de substancia. Marulanda nos pidió que le explicáramos por escrito para qué queríamos saber de su vida y qué preguntas le íbamos a hacer. En cuanto a los guerrilleros y guerrilleras de base, no nos pusieron ninguna limitación. Alfonso nos dijo sonriendo: “Cojan al que se deje”.

Mientras Marulanda nos contestaba, nos dedicamos a hacer algunas entrevistas. Conversamos largo con Joselo, pero el viejo era astuto y lo que era realmente interesante lo contaba de tal manera y a tal nivel de voz que no quedaba grabado. Además, el Secretariado le había prohibido hablar con periodistas porque había cometido hacía poco tiempo una grave imprudencia, al declarar a la revista Vea que en el Amazonas no se movía una hoja sin su consentimiento. Entrevistamos a Munición, un compadre de Marulanda, nacido en Génova, que lo acompañaba desde los días en que eran tan sólo liberales. En el libro, Munición cuenta la historia de limpios y comunes. Hicimos grabaciones también con guerrilleros de base. La historia de una muchacha nos conmovió particularmente. Parte de esa historia intensa, contradictoria y adolorida pero llena de fe, la cuenta Melisa, que es el único personaje del libro construido a partir de muchas voces.

Por fin, cuando habíamos perdido la esperanza, Marulanda nos invitó a su casa. “Para conversar”, nos advirtió. De todas maneras subimos armados con grabadoras y casetes. Nos recibió Sandra, su compañera. Una muchacha mucho más joven que él, alegre pero discreta. Había sido maestra de escuela hasta que Marulanda se encontró con ella. La casa en que vivía la pareja y donde hicimos la entrevista tenía un solar, cercado con cañabrava, donde Manuel cultivaba cebolla, arracacha, maíz. A diferencia de las otras casas, ésta tenía piso de barro, salvo la alcoba principal, y además de una cama doble había una pequeña mesa con radioteléfono. Los libros de Marulanda eran pocos.Recuerdo obras del Che y de Lenin, un libro de Páginas escogidas de Murillo Toro. Las mejores oraciones de Jorge Eliécer Gaitán y un Manual de electricidad práctica. Tenía muchos folletos y una foto de él con Sandra el día del matrimonio.

Cuando llegamos, Marulanda estaba ocupado reparando una planta de luz eléctrica. “Es –según nos contó Sandra- su goma. Arma y desarma plantas de luz todo el día. Pero no sólo eso, sino que ahora en El Pueblito, a donde nos estamos trasladando, está construyendo una gran rueda Pelton que producirá más de doscientos kilovatios”. Al rato llegó el viejo y nos aclaró, al oír que estábamos hablando del trasteo, que había que trasladar al Secretariado porque la loma de La Caucha era muy peligrosa para un bombardeo. “Como estamos en destapado y el terreno es parejo, a un avión no le cuesta trabajo meterse. Ustedes saben que en los gobiernos uno no se puede confiar porque los manejan los militares. Ahora las cosas están aliviaditas, pero en cualquier momento vuelven a la guerra. Ya lo sabemos y por eso estamos tomando medidas. No es que abajo, a donde vamos a vivir, no puedan bombardear, pero allá la montaña está más cerrada y las lomas más juntas. Digamos que les cuesta más tiempo entrarnos”.


Marulanda es un hombre tímido. Le pidió a Sandra, cortésmente, que acercara una botella de whisky y nos acompañara. La llamaba “compañera”, con más ternura que autoridad. Se tomó un trago antes de preguntarnos qué queríamos. Le respondimos que tratábamos de hacer una historia de su vida. Nos interrumpió diciéndonos: “¿Eso para qué? Yo no tengo historia, y yo no he hecho más que bregar para que no maltraten a la gente. Eso es todo lo que yo tengo que decir: lo demás son pendejadas. Además, Arturo Alape vino con el mismo cuento, así que lo que yo les diga ya se lo dije a él. Ustedes llegaron tarde. Yo acepto la conversa porque Cano me lo pidió y no porque esté interesado en contar mentiras”. Así comenzó la entrevista. Lo que hablamos quedó grabado y, a pesar de que en el libro –repetimos- es Munición el que cuenta en la persona de Marulanda fue tomada de la transcripción y cotejada con la grabación original.




Marulanda se tomó sólo uno o dos tragos, los necesarios para superar la timidez. Conversamos desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Sandra nos cocinó una gallina. Y cuando la entrevista terminó, volvió a su tema preferido: la paz. “Es que yo estoy buscando la paz desde hace muchos años. Me tocó inventarme esta guerra para que me oyeran a mí y a la gente que por mi boca habla, pero al gobierno no le conviene la paz, porque, entonces, ¿qué hace con los militares? Uno pide una cosa y le responden que no, que no se puede porque la Constitución no lo permite. Entonces uno propone el cambio de Constitución y le responden que no, que eso es anticonstitucional. No dejan sino el camino de la guerra o el de la entrega. Y el de la entrega va a ser muy difícil, porque uno tan viejo ya no está para esas. Nos piden que entreguemos las armas, pero esas armas son nuestras, las hemos conseguido peleando. Vamos a ajustar cuarenta años de pelea. Si ellos quisieran hacer las pases, en una hora las hacemos, pero si no quieren va a ser como muy difícil, pues para ellos todo es anticonstitucional”. 

Esa última palabra del discurso nos acompañó todo el camino. Después de la entrevista con Marulanda poco nos quedaba por hacer. Al día siguiente, a las siete de la mañana, nos tenían los caballos listos. Marulanda salió a despedirnos, nos dio la mano y se devolvió con su perro y su M1. Jacobo, en cambio, no dejó de carcajearse, de echar discursos, de dar órdenes y de recochar. Le pedimos que posara para una foto y nos sacó la lengua. Lo tuvimos muy cerca, pero no logramos verle los ojos. Las gafas los ocultaban totalmente. Nadie nos ha podido decir nunca cómo eran los ojos de Jacobo.



(Tomado de "Trochas y Fusiles" del sociólogo Alfredo Molano Bravo)

Continúa en unos días...


Otras publicaciones:


Carta del Movimiento Jaime Bateman Cayón al Camarada Julián Conrado:
http://movimientojaimebatemancayon.blogspot.com/2011/12/carta-del-movimiento-jaime-bateman.html


Respuesta de Julián Conrado al Movimiento Jaime Bateman y su nueva canción:

http://movimientojaimebatemancayon.blogspot.com/2011/12/carta-de-julian-conrado-al-movimiento.html