Movimiento Jaime Bateman Cayon: Relatos de la Violencia: Jaime Bateman "A Gaitán lo asesinó la oligarquía"

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martes, 10 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman "A Gaitán lo asesinó la oligarquía"

Jaime Bateman Cayón (Parte 1 de 3)
"A Gaitán lo asesinó la oligarquía"


Carlos Bateman, Jaime Bateman (Centro) y Matilde Bateman
Cuando mataron a Gaitán el Ejército llegó a mi casa. Mi papá trabajaba en Telecom. La gente enfurecida por el asesinato de su líder, iba a destruir las instalaciones de la Empresa de Telecomunicaciones del Gobierno. Y llegó el Ejército... Los soldados vivieron en mi casa durante dos meses. El Gobierno los había abandonado. Nadie les enviaba ropa ni comida. Sudaban. No soportaban el calor de Santa Marta. Eran de Boyacá, de la montaña. En los alrededores de mi casa había ciruelos. Les bajaba las frutas. Eso era lo que comían. ¡Pobres soldaditos! 


Clementina Cayón,
Madre de Bateman.
Dos semanas después del nueve de abril cumpliría ocho años. Entonces, ya sabía yo quién era Gaitán. En mi casa se discutía mucho de política. Mi mamá ha sido activista liberal toda su vida. Desde pequeño me interesé por Gaitán. Lo oía... Me impresionó mucho su muerte. 

A Gaitán lo asesinó la oligarquía. Y lo mató porque él quería instaurar la democracia. Gaitán había logrado revivir el movimiento popular, el cual estaba adquiriendo dimensiones impredecibles. Y eso amenazaba los intereses de la oligarquía conservadora que detentaba entonces el poder. Gaitán despertó en el pueblo expectativas de triunfo. Le enseñó que, un día, el poder de los pobres triunfaría sobre el poder de los ricos... Y así iba a ocurrir... Por eso lo mataron... Por eso el Gobierno de Ospina Pérez ahogó el movimiento de masas. Por eso armó su policía política. Por eso desalojaron a los campesinos de sus tierras. Por eso se empuñaron las armas. Por eso murieron trescientos mil colombianos... Por eso han seguido muriendo... Por eso morirán otros... Por eso, quizás, moriremos nosotros... Porque en este país no hay democracia. Porque aquí la democracia tendremos que conquistarla con las armas. 

Y en ese momento, cuando asesinaron a Gaitán, la respuesta popular fue violenta. Y así tenía que ser. Pero fue una respuesta desorgani¬zada. Los jefes liberales no se colocaron a la cabeza de la insurrección. No derrocaron al Gobierno que estaba asesinando al pueblo liberal. No fueron capaces de responderle a la masa que los apoyaba entonces. ¡Pero es que ellos no podían hacerlo! De haberle respondido, hubieran atentado contra los intereses de su clase. Hubieran colaborado con el triunfo de los pobres, del pueblo. Y al día siguiente del asesinato de Gaitán, cuando las casas incendiadas humeaban todavía, cuando la gente, a la deriva, había ahogado en alcohol su desconcierto, Darío Echandía, amigo personal y político de Gaitán, era el nuevo ministro de Gobierno. Y se intensificó la violencia. Y fue una violencia inducida desde arriba, como decía Camilo. ¡Este tema se ha analizado tanto! Pero creo que cuando el pueblo liberal se mata con el pueblo conservador es porque hay algo detrás. ¡Y no eran los oligarcas los que se mataban! Eran los humildes. ¡Y no era el pueblo el que incitaba a la violencia! Eran los de arriba. Sospechosa maniobra, ¿cierto? El sectarismo los ayudaba a conseguir adeptos, a conseguir tierras. Ahí están las cifras que demuestran cómo, durante ese período, cambió en Colombia la tenencia de la tierra a una velocidad vertiginosa. Cientos de miles de campesinos fueron despojados de sus tierras. Cientos de miles fueron asesinados. Cientos de miles... Es que esta oligarquía es capaz de recurrir a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Y recurrió a la violencia... 

Laureano Gómez y Alberto Lleras.
Pero esa violencia iba a salírseles de las manos. Iba a conducir a otra solución. Por eso tenían que detenerla. Y cuando Rojas Pinilla dio el golpe militar, cundió el júbilo entre la oligarquía liberal. Y el ex presidente Santos brindó con champaña en su casa de París. Pero Rojas comenzó a darle cosas a la gente, cosas... Eso puede ser populismo, lo que se quiera, pero la gente se acuerda de las cosas, las cosas. Y el pueblo lo que más recuerda del Gobierno de Rojas fue lo que hizo su hija María Eugenia. Ella les repartía alimentos a los pobres, ropa, les regalaba en Navidad juguetes a los niños, ayudaba a los ancianos. Eso no iba a cambiar la estructura del Estado, obvio. Pero era mucho más fácil de palpar que lo que habían hecho otros gobiernos. Y la oligarquía le retiró su apoyo a Rojas. Rojas se dio cuenta, entonces, de que necesitaba el apoyo de un partido político diferente del liberal y del conservador. El iba ya hacia la conformación de lo que fue poste¬riormente la ANAPO: un tercer partido destinado a romper la hegemonía de los otros dos, hegemonía oligárquica, plutocrática, que no estaba respaldada por el pueblo liberal ni tampoco por el conservador, hegemonía de un sector muy reducido, muy cerrado de la sociedad colombiana, hegemonía de siempre... 

El General Rojas Pinilla al centro.
Y la oligarquía liberal y la oligarquía conservadora se sintieron entonces viudas del poder. Y se unieron con una facilidad increíble. Y organizaron el derrocamiento de Rojas Pinilla. Y pactaron la alternación en el poder: el Frente Nacional. Y el Partido Liberal y el Partido Conservador se repartieron el poder por la mitad. Y saciaron así sus apetitos burocráticos. Y apren¬dieron a gobernar unidos. Y creyeron haber descubierto la fórmula para reinar por los siglos de los siglos... 



Y decretaron el silencio... 

Nuestra casa quedaba detrás del mar. Era grande. La rodeaban prados y campos de golf. Pero no era nuestra. Pertenecía a la United Fruit Company. Estaba dentro de “El Prado”, la ciudadela de los gringos. Nosotros no podíamos jugar golf en sus campos, ni bañarnos en sus piscinas, ni bailar en sus clubes. Eso sólo podían hacerlo ellos. Los gringos comían mejor que nosotros. A nosotros nos daban la misma comida que a sus perros. 

Igual ocurría antes, cuando vivíamos en Guacamayal, un pueblo de la zona bananera. Mi papá era secretario de la Compañía Agrícola del Magdalena. En Sevilla, una aldea próspera y cercana, vivían los gringos. En Guacamayal vivíamos nosotros. Ellos tenían clubes, piscinas, teatros. Pero allá tampoco podíamos ir. Permanecíamos entonces en nuestra casa blanca de puertas y ventanas verdes. 

Para llegar al inodoro, un cajón a la intemperie, había que atravesar un patio lleno de palmas de coco, de cauchos y de almendros. En el mismo lugar vive hoy el dentista de ese pueblo polvoriento. Allá, los huecos de las muelas siguen emparejándose con su fresa de pedal implacable. Como hoy, también antes desfilaba por el frente de la casa la burra que arrastraba el acueducto del pueblo: una caneca de lata oxidada colocada horizontalmente sobre dos horquetas rematadas por ruedas. Al otro extremo de la caneca, un orificio tapado por un frasco de jarabe para la tos servía de grifo: cuando las señoras se acercaban con sus calderos viejos para llenarlos de agua comprada, el hombre retiraba el frasco, y el chorro oscuro de agua extraída del río que hoy todavía corre enfrente de la antigua casa brotaba entonces. Es el río Guacamayal. Todos los días, a las cuatro de la tarde, el tren lo atravesaba por ese puente que yo veía enorme. En sus orillas permanecía horas enteras... No me cansaba de mirar cómo se abombaban por encima del agua los vestidos de las lavanderas que se hundían mientras golpeaban la ropa espumosa con sus manducos largos, planos, de madera. Luego desfilaban por el frente de mi casa sosteniendo con las manos, sobre sus cabezas, las bateas llenas de ropa limpia. Sus vestidos empapados se pegaban a sus cuerpos de mujer.

Recuerdo la época de Rojas Pinilla...

(Continúa en unos días...)

Tomado de "Siembra Vientos y Recogerás Tempestades" de Patricia Lara.


Otras Publicaciones:

Julián Conrado le escribe al Mov. Jaime Bateman:
http://movimientojaimebatemancayon.blogspot.com/2011/12/carta-de-julian-conrado-al-movimiento.html


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