Movimiento Jaime Bateman Cayon: CON FLAUTA, TIPLE Y TAMBOR.

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lunes, 7 de junio de 2010

CON FLAUTA, TIPLE Y TAMBOR.

“Con flauta, tiple y tambor, un torbellino entonar, cantando coplas de mi buen folclor, de ésta Colombia sin par”, dice una canción popular con la que muchos hemos crecido entonando en nuestras pequeñas, rústicas y olvidadas escuelas mas allá del afán ruidoso de las ciudades. Con flauta de pasta o de millo, de madera o metal, podemos entonar melodías heredadas de nuestro pasado indígena con el mismo aire que viene de montañas bañadas de gloria y resistencia y que convertido en sonido, en canto libertario, se alza sobre la superficie inundando los valles y cañones que forman nuestros hermosos y numerosos ríos. Aire que corre rápidamente por los túneles que forman en su interior la inseparable pareja matriarcal de gaitas y su comadre currambera la chirimía cuando anuncian el invencible júbilo del colombiano.




Es el mismo aire que convertido en melodía toca las gotas del rocío que caen libremente sobre la sangre derramada de los jóvenes y viejos campesinos que mueren arrasados por la violencia de las ordinarias y glamorosas élites alimentadas a diario de una frenética carrera de ambición… es la sangre que se confunde con la oscuridad del suelo de un territorio nacional sombrío por su propia indolencia impuesta por las negras intenciones de los tiranos.



Las numerosas cuerdas del tiple, firmes y alegres como la convicción de su intérprete resuenan angustiosas ante su inminente desaparición… tiemblan al esperar la hora en que sus sonidos expandidos se confundan entre el silencio del hambre y la miseria. Son numerosas cuerdas, que como el arpa, la bandola y el cuatro, representan multiplicadas por millones, los sueños y las esperanzas de igual número de mortales sometidos por sus propios representantes; cuerdas insuficientes para acabar con cada bala, cada dolor, cada grito, cada lágrima, cada verdugo y su instrumento de olvido… insuficientes para construir una barrera contra el odio y la destrucción de la tierra por sus propios hijos que herejes se levantan contra ella. Cuerdas cortas que no alcanzan a llevar su canto hasta el desterrado ni el enterrado, tampoco al inmolado que convertido en polvo, viaja en el aire y las aguas como átomos volando y nadando en la desidia de los montes y llanuras acallados.

Cuerdas finas reventadas por el inmisericorde peso de las cadenas que engullen la razón y el amor que el campesino, el indígena, el negro y todo aquél oprimido es capaz de sentir, gozar y sufrir como ser humano que es. Son hilos brillantes, presentes y ausentes que también pueden hacer daño como la espina de la rosa, que pueden ser cortados como la vida de quienes los tocan y escuchan… olvidados y ridiculizados como los hombres y las mujeres que entre la azarosa manigua los crearon como auténtica oda al derecho de ser feliz.

Soy campesino hijo de manos laceradas por el trabajo, desterrado de su tambor, ese inmenso y finito paraíso donde explotan sordamente los golpes de las bombas caídas desde lo alto y las minas supuradas en la piel de la madre tierra. Soy campesina nacida de un vientre valiente que soporta con infinita paciencia los horrores de una sociedad que ya no puede diferenciar el bien del mal, el tambor de la explosión, la vida de la muerte, ni nuestra bota a la bota militar. Somos un golpe de resistencia y valentía; somos movimiento descendente sobre los pueblos y ciudades que no pueden ver los cayos de nuestras manos y espaldas, somos sonido de tambor, retumbante, alegre y bullicioso que al envejecer ahoga sus penas bajo la penumbra de los bajos techos de nuestras moradas.

Torbellinos de ritmos que viajan por cada rincón de la sufrida Colombia, bailes y rituales que engalanan las comunidades fervorosas unos días, otros, invadidas por los suspiros flagelantes del dolor y la rabia por la pérdida de sus seres queridos al levantarse y mirar la montaña, fortaleza natural de un mundo comprensible y alejado de toda teoría. Montañas ahora invadidas por la insensatez de quienes hablan de libertad y tienen las manos negras, embadurnadas de tierra robada y sangre inocente. Bambucos, pasillos, contradanzas, cumbias y joropos que acompañan los torbellinos de sabores sabotean la quietud indómita del verde brillante de la naturaleza, sabores y complexiones que se resisten a ser exterminadas junto con sus realizadores, son testigos de la bendición de un territorio bañado por dos océanos no muy lejanos a la habitación de Sue y Chía. Currulaos, porros, contrapunteos y vallenatos anuncian la llegada a territorios de gente parada y errante, héroes cimarrones que ven en el mundo su casa y subsistencia para a la vez, ser privados de sus saberes ancestrales e irse de sus pueblos para no volver.

Sensaciones hechas vida, canto, verso y copla, a través del viento surcan los telúricos bustos en que se encuentran apostados esos incansables trabajadores, viento que golpea las miradas expresivas esperanzadas de los niños, los mismos que no entienden su razón de infantes y deben ingenuamente inmiscuirse en un conflicto al cual están obligados a pertenecer mientras recorren esos torbellinos de míticos caminos que alguien debió poner ahí para atravesar sobre las faldas del gran ande y el piamonte los senderos que conducen al cielo… el cielo que con vehemente resignación espera encontrar el moribundo ignorado y maltratado por un sistema incapaz de defender la condición humana.

A todos ellos, nuestros hermanos trabajadores de la tierra, va dedicado este texto con motivo del día nacional del campesino. 4 de Junio 2010.

Escrito por Mario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso!!! la vida es canto, colombia es fiesta, es poesia.....la vida es sentimiento.