Movimiento Jaime Bateman Cayon: Prólogo del libro BATEMAN.

TITULO COLORES

TITULO EN NAVEGADOR

lunes, 28 de diciembre de 2009

Prólogo del libro BATEMAN.


Con BATEMAN volví a vivir al Flaco. Confieso que se me había perdido y que hacía muchos días no lo recordaba. Pero de golpe, los testimonios lo pusieron sobre la mesa y el hombre se me pegó otra vez. Regresó con esa risa medio ronqueta que abría avenidas, con esa algarabía en los brazos y con esa certeza de que lo que hacía lo hacía porque tenía que hacerlo. Me he soñado con él todas estas noches.
Las muchas voces que recoge el libro lo llevan a uno de aquí para allá sin consideración ni descanso, como cuando uno lo acompañaba a hacer una diligencia en la carrera Décima. El Flaco sale de esas páginas vivo porque la cadena de afectos que lo mantenía no se ha roto. Él fue hecho por la gente, su gente. Por esos miles y miles de colombianos con los que, al final, quedó enculebrado. Fue hijo de Clementina que le dio un corazón loco, pero también de Federico Arango que le dio un argumento, o de Turbay que le dio la ocasión. De Iván Marino, de Esmeralda, de Peggy.
¿Por qué, me pregunto, queríamos tanto a un tipo que se nos aparecía una tarde y se nos perdía luego, en cualquier esquina? El libro me ha hecho la pregunta y en este prólogo quiero ensayar una respuesta: creo que el hombre lo que trasmitía era una enorme, una ilimitada confianza en su destino. Por eso la gente se jugaba la vida con él. Por eso nadie se negaba a acompañarlo a cualquier cosa: desde conspirar contra Álvaro Vásquez hasta ir a comprar cucas. Uno no sabía dónde podía parar cuando le decía que sí, pero nadie le decía que no. Despertaba confianza porque tenía frescura y sobre todo, fe. No importaba si fracasaba. Sabíamos que volvería a intentarlo hasta coronar. El EME se fortalecía cuando lo acababan. Creo que al Flaco lo emocionaba más la tensión, la conmoción de tratar, que el resultado. Para un luchador de verdad la derrota sólo es un punto y coma.
La gente lo seguía y llegó a convertirlo en su cabecilla. Era ante todo un rebuscador y el rebusque es el alma de este pueblo. El rebusque es la sagacidad, la picardía, la ligereza, la habilidad para sobrevivir en un mundo con pocas, poquísimas, salidas. El sistema social es un instrumento para cerrar caminos, para asfixiar. El rebusque es la filosofía de la esperanza y la manera de vivir el día de hoy. Rebuscarse es poner los pies en el asfalto por la mañana, con la decisión de no regresar vacío por la noche. Es no tener marcos ni esquemas, ni conceptos ni reglas. Es ser lo que somos: una posibilidad creándose a sí misma. El Flaco era maestro en el rebusque. De ahí que despreciara las líneas, las "claridades" políticas. Nunca tuvo nada claro. Era su virtud. Tenía la ventaja de no tener ideología. No seguía líneas y por eso no comulgaba con ruedas de molino. Buscaba, rebuscaba, incesante.
Uno lo seguía porque esperaba que de tanto joder y joder, de golpe salía con algo. Y siempre salía con algo. Lo que mata nuestra rebeldía son las doctrinas. Por eso la Iglesia es tan cara a nuestros estadistas, por eso el Estado es tan grande y tan útil al orden.
Por eso los partidos –todos— son tan pesados y lerdos. Sin el rebusque, los colombianos estaríamos muertos. No nos habrían desangrado pero nos habrían encementado. El rebusque era la locura del Bateman.
Muchos esperábamos que Navarro invocara al Flaco el 4 de julio al sancionar la nueva Constitución. Nada. Nada con el pasado, puro futuro. Uno de los sueños del Flaco era entregar la espada de Bolívar acompañado de la Chiqui. "Si Turbay nos coge la caña de la amnistía –comentó— nos jode, porque yo lo que es a ese man no le entrego nada". La Constitución del 91 comenzó a gestarse contra Turbay y sus caballerizas a raíz del Cantón Norte. En el fondo todo lo que hizo el EME -craneado por Fayad y el Flaco y revisado y aprobado por Iván Marino- tenía una función: inducir al país a participar en la vida pública por una vía distinta a la electoral, viciada por el clientelismo. Desde hechos tan cuestionables como lo de José Raquel Mercado, hasta corones tan rotundos como lo de la Embajada Dominicana, las acciones del EME fueron una invitación constante al pronunciamiento popular, a la participación política masiva, a la movilización del llamado Constituyente Primario. Hay ecos de Hernando González en esa convicción del Flaco: "Que griten las paredes". Tanto la guerra como la paz eran meras ocasiones para despertar la iniciativa y la participación de la gente en el manejo del país. En el Flaco la participación no era cuento.
El libro no puede ser más oportuno. Encuentro, no obstante, dos vacíos que señalo porque la tarea apenas comienza. Me quedó faltando el cobre del hombre, los lados flacos del Flaco, sus contradicciones, sus vicios, sus bajezas. Tenía también, como todos, un demonio. Los que lo conocimos quedamos debiendo ese capítulo a una biografía que colectivamente comenzamos a escribir.
Me quedaron faltando también las voces anónimas, las de los que no cabemos en la radiopatrulla, las voces de la gente que lo vio y lo catió, que no era su amiga de partido, ni de parranda ni de barrio. Esa gente que constituía su obsesión. Esa gente que lo siguió, lo buscó y hoy sigue buscándolo en las selvas del Darién y del Caquetá, en las comunas de Medellín y de Bogotá, en el Magdalena Medio y en el Urabá, en las laderas del Cocuy y del Sumapaz. Mientras su gente, la chusma, lo siga buscando, el Flaco estará vivo.

Alfredo Molano
Septiembre 1992

No hay comentarios: