Segundo texto de "Relatos de la Violencia", propuesta que busca darles voz a quienes tomaron el camino de la lucha armada en Colombia. Este texto sólo tiene una parte.
Palabras clave:
Autodefensas: Las
Autodefensas Campesinas fueron la primera forma de organización de los
campesinos para defenderse de la policía y grupos paramilitares; grupos armados
a favor de los terratenientes conservadores. Luego las Autodefensas se convirtieron
en Guerrillas.
Jorge: Abriendo trocha
Yo nací en uno de los repliegues del movimiento
al Alto Sumapaz, cuando todavía se luchaba contra la dictadura civil de los
godos. A mi padre lo mataron durante la guerra con Rojas Pinilla y crecí oyendo
hablar de los Vargas, una familia vieja de La Esperanza a la que don Juan de la
Cruz Varela expropió la tierra. Don Antonio Vargas, el padre de todos, era
conservador, y las haciendas le venían de herencia de su señor abuelo. No
Convino con los agraristas de don Juan y menos con nosotros. Mandó matar mucha
gente, y a mí me contaron que por cuenta de él mataron a mi padre y a mi
hermano mayor. Pistoleaba a cuanto compañero se le atravesaba, y llegó hasta
atravesarse él mismo en Cabrera. No se podía pasar porque ahí mismo lo quebraba
a uno. Después de la guerra de Villarica, él era el motivo para mantener vivas
las autodefensas.
Estuve en la escuela hasta que me expulsaron
por decir que la hostia era simple, que no sabía a nada y que sería rica si se
le echaba un membrillo de guayaba. La maestra me acusó de hereje y el partido
respaldó la sanción. En cosas de educación, la dirección siempre respaldaba a
las autoridades.
Acepté la expulsión porque tenía oficio con las
autodefensas, que era lo que me interesaba y porque siempre me han gustado las
armas de combate. Cuando niño me sentía culpable de sólo mirarlas. Las
autodefensas nos entrenaban matando pájaros con caucheras. El que más pájaros,
más negros y nás grandes trajera, ganaba; y ganar era igual a que a uno lo
miraran bien y no le tacañearan el dulce, la panela. Matamos mucho pájaro:
éramos unos expertos en volarles la cabeza con munición hecha con barro
colorado secado al sol. Hacíamos una especial que llamábamos Dum-Dum y que
tenía una bolita de hierro en el centro. Era muy efectiva. Las guerras entre
nosotros eran castigadas porque más de una vez hubo alguno a punto de sacar la
mano a causa de un dumdunazo.
Cuando comencé a crecer y ya tenía unos doce
años, servíamos de guía a las guerrillas para ayudarles a hacer las travesías.
Nosotros conocíamos todas esas hoyas, filos y páramos como nuestra propia casa
y por eso los guerreros confiaban más en nosotros que en nadie. En una de esas
me ordenaron acompañar a unos compañeros desde la Hoya de Palacios hasta El
Sinaí.
El joven Manuel Marulanda Vélez |
A uno no le decía sino lo que tenía que hacer:
“vaya y llévelos de tal parte a tal otra”. Nada más. Pero en el camino, entre
silencio y silencio, uno va haciendo conversa. A mí me dio la corazonada de que
los compañeros eran camaradas, gente de mando, y comencé a indagar con mucho
cuidado. Los noté cansados, como si llegaran de pelear, pero no había oído de
encuentros en esos días por la zona. Venían ocho hombres muy bien armados y se
trataban unos a otros con mucho respeto y como combatientes. Había un camarada,
amplio de cuerpo y de cara, con unos ojos muy finos y rápidos, que hablaba poco
y que lo llamaba a uno “joven”. Me gustó porque daba órdenes secas. Traté
varias veces de hacerle la conversación, pero el hombre tenía la cabeza en otro
lado. Yo sentía que el pasaba y pasaba la misma película, aunque nada decía ni
lado daba. Me le puse al corte y ni por esas. No fui capaz de saber a qué
rosario le daba vueltas. Los dejé en El Sinaí y me devolví a La Esperanza.
Mucho después me vine a dar cuenta de que el hombre era Marulanda y que la
conferencia era la segunda, de la que salió la fundación de las FARC.
También fue correo y en esas andaba desde Viotá
hasta la Uribe, desde Dolores hasta San Juan del Sumapaz. Me sancionaron una
vez por demorarme en las tiendas y me pusieron a cargar sal a la espalda entre
El Salitre y La Caucha, y otra vez, por indisciplina, me mandaron a cultivar
frijol en El Palmar. Esos castigos se cumplían sin dolor porque eran puestos
como por el papá de uno. En general uno conoce un mando desde siempre. Yo anduve
mucho toda esa región pero nunca hice la travesía entre La Uribe y el
Guayabero; por eso, cuando después pensé que yo había estado en ese camino,
sentí como si estuviera metido en una piel que no era la mía.
A los quince años me aceptaron en las
autodefensas, mi ambición desde niño. Primero vino el entrenamiento militar,
aunque uno ya sabía de esas artes mucho: lo de armar y desarmar, lo de hacer
catalicones y trincheras, vivir en el monte, pagar guardia, aguantar hambre,
todo eso lo viene uno aprendiendo desde antes de nacer. En las autodefensas no
aprendí nada diferente a montar emboscadas y abrir caminos para los guerreros.
Tomado de: "Trochas y Fusiles" del Sociólogo Alfredo Molano Bravo.
(Próximo texto: continuación Álvaro Fayad)
Tomado de: "Trochas y Fusiles" del Sociólogo Alfredo Molano Bravo.
(Próximo texto: continuación Álvaro Fayad)
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