Movimiento Jaime Bateman Cayon: Relatos de la violencia: abriendo trocha

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jueves, 8 de diciembre de 2011

Relatos de la violencia: abriendo trocha


Segundo texto de "Relatos de la Violencia", propuesta que busca darles voz a quienes tomaron el camino de la lucha armada en Colombia. Este texto sólo tiene una parte.

Palabras clave:
 Autodefensas: Las Autodefensas Campesinas fueron la primera forma de organización de los campesinos para defenderse de la policía y grupos paramilitares; grupos armados a favor de los terratenientes conservadores. Luego las Autodefensas se convirtieron en Guerrillas.

Jorge: Abriendo trocha

Yo nací en uno de los repliegues del movimiento al Alto Sumapaz, cuando todavía se luchaba contra la dictadura civil de los godos. A mi padre lo mataron durante la guerra con Rojas Pinilla y crecí oyendo hablar de los Vargas, una familia vieja de La Esperanza a la que don Juan de la Cruz Varela expropió la tierra. Don Antonio Vargas, el padre de todos, era conservador, y las haciendas le venían de herencia de su señor abuelo. No Convino con los agraristas de don Juan y menos con nosotros. Mandó matar mucha gente, y a mí me contaron que por cuenta de él mataron a mi padre y a mi hermano mayor. Pistoleaba a cuanto compañero se le atravesaba, y llegó hasta atravesarse él mismo en Cabrera. No se podía pasar porque ahí mismo lo quebraba a uno. Después de la guerra de Villarica, él era el motivo para mantener vivas las autodefensas.

Estuve en la escuela hasta que me expulsaron por decir que la hostia era simple, que no sabía a nada y que sería rica si se le echaba un membrillo de guayaba. La maestra me acusó de hereje y el partido respaldó la sanción. En cosas de educación, la dirección siempre respaldaba a las autoridades.
Acepté la expulsión porque tenía oficio con las autodefensas, que era lo que me interesaba y porque siempre me han gustado las armas de combate. Cuando niño me sentía culpable de sólo mirarlas. Las autodefensas nos entrenaban matando pájaros con caucheras. El que más pájaros, más negros y nás grandes trajera, ganaba; y ganar era igual a que a uno lo miraran bien y no le tacañearan el dulce, la panela. Matamos mucho pájaro: éramos unos expertos en volarles la cabeza con munición hecha con barro colorado secado al sol. Hacíamos una especial que llamábamos Dum-Dum y que tenía una bolita de hierro en el centro. Era muy efectiva. Las guerras entre nosotros eran castigadas porque más de una vez hubo alguno a punto de sacar la mano a causa de un dumdunazo.

Cuando comencé a crecer y ya tenía unos doce años, servíamos de guía a las guerrillas para ayudarles a hacer las travesías. Nosotros conocíamos todas esas hoyas, filos y páramos como nuestra propia casa y por eso los guerreros confiaban más en nosotros que en nadie. En una de esas me ordenaron acompañar a unos compañeros desde la Hoya de Palacios hasta El Sinaí.

El joven Manuel Marulanda Vélez
A uno no le decía sino lo que tenía que hacer: “vaya y llévelos de tal parte a tal otra”. Nada más. Pero en el camino, entre silencio y silencio, uno va haciendo conversa. A mí me dio la corazonada de que los compañeros eran camaradas, gente de mando, y comencé a indagar con mucho cuidado. Los noté cansados, como si llegaran de pelear, pero no había oído de encuentros en esos días por la zona. Venían ocho hombres muy bien armados y se trataban unos a otros con mucho respeto y como combatientes. Había un camarada, amplio de cuerpo y de cara, con unos ojos muy finos y rápidos, que hablaba poco y que lo llamaba a uno “joven”. Me gustó porque daba órdenes secas. Traté varias veces de hacerle la conversación, pero el hombre tenía la cabeza en otro lado. Yo sentía que el pasaba y pasaba la misma película, aunque nada decía ni lado daba. Me le puse al corte y ni por esas. No fui capaz de saber a qué rosario le daba vueltas. Los dejé en El Sinaí y me devolví a La Esperanza. Mucho después me vine a dar cuenta de que el hombre era Marulanda y que la conferencia era la segunda, de la que salió la fundación de las FARC.


También fue correo y en esas andaba desde Viotá hasta la Uribe, desde Dolores hasta San Juan del Sumapaz. Me sancionaron una vez por demorarme en las tiendas y me pusieron a cargar sal a la espalda entre El Salitre y La Caucha, y otra vez, por indisciplina, me mandaron a cultivar frijol en El Palmar. Esos castigos se cumplían sin dolor porque eran puestos como por el papá de uno. En general uno conoce un mando desde siempre. Yo anduve mucho toda esa región pero nunca hice la travesía entre La Uribe y el Guayabero; por eso, cuando después pensé que yo había estado en ese camino, sentí como si estuviera metido en una piel que no era la mía.

A los quince años me aceptaron en las autodefensas, mi ambición desde niño. Primero vino el entrenamiento militar, aunque uno ya sabía de esas artes mucho: lo de armar y desarmar, lo de hacer catalicones y trincheras, vivir en el monte, pagar guardia, aguantar hambre, todo eso lo viene uno aprendiendo desde antes de nacer. En las autodefensas no aprendí nada diferente a montar emboscadas y abrir caminos para los guerreros.


Tomado de: "Trochas y Fusiles" del Sociólogo Alfredo Molano Bravo.


(Próximo texto: continuación Álvaro Fayad)

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