Movimiento Jaime Bateman Cayon: Relatos de la violencia: Álvaro Fayad parte 2

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sábado, 10 de diciembre de 2011

Relatos de la violencia: Álvaro Fayad parte 2

Tercera entrega de "Relatos de la Violencia". ¡Vamos caminando! 

Álvaro Fayad (Parte 2)
De las luchas estudiantiles


Camilo Torres era entonces profesor y capellán de la universidad.

Era la época del movimiento estudiantil. Había dos vertientes importantes: la del Ejército de Liberación Nacional y la de la Juventud Comunista. Yo concurría a las reuniones. Leía marxismo. Leía de todo. No había tenido tiempo de digerir todavía lo que hasta ese momento había leído. Pero participaba siempre en las reuniones políticas.

Recuerdo que una vez me preguntaron que si estaba de acuerdo con la línea.
-¿Cuál línea, en dónde está la línea?- pregunté.

En la universidad existía un mundo en permanente ebullición. Aparte de la agitación política había verdadera discusión libre sobre autores y temas. Allá se estudiaba y se investigaba en serio. Es falso, como dicen, que los estudiantes sólo tiran piedra. Profundizábamos también en el estudio de las ciencias humanas: de la discusión sobre la línea y el marxismo pasábamos al análisis de Freud y de Piaget, a las clases de literatura dictadas por Jorge Zalamea, a las de filología de Patiño Rosselli, a las de filosofía con Pacho Posada y Carlos Rincón, a Hegel y Max Weber enseñados por Darío Mesa,  a los cursos de sociología de Orlando Fals… Y de ahí saltábamos al estudio de la heterodoxia, a George Lukacks, a Gramsci, a Rosa Luxemburgo, al boom latinoamericano, a Cien años de soledad… Y luego hacíamos teatro o escuchábamos jazz… oíamos a Moustakis… ¿Recuerda esa canción suya, “Avec ta goeulle de Méteque”? ¿La recuerda usted…? Se oía mucho en esa época…

Y de la música pasábamos al cine, a las películas de Bergman…  Y al cine llegábamos de robar libros en la Bucholz… Todos robábamos libros… Juan Gustavo Cobo, Nicolás Suescún –escritores hoy-, mi novia… Todos trabajaban en esa librería. Ellos sabían que nos robábamos unos cinco libros diarios en promedio. Pero se hacían los locos… Recuerdo los primeros libros que robé: El Capital de Carlos Marx y Pedro Páramo de Juan Rulfo… Y del robo de libros volvíamos a la política, a las reuniones de la Federación Universitaria Nacional (FUN), a las marchas con Camilo, a las pedreas, a la fabricación de bombas…
Sí, yo aprendí a poner bombas en la Universidad Nacional… Me enseñaron a fabricarlas dos tipos que ocupan altísimos cargos en la administración de Belisario Betancur. Ambos manejan hoy miles de millones de pesos…
-¿Que cómo se llaman?
No puedo decírselo. No quiero perjudicarlos… Pero algún día nos volveremos a encontrar.





Ingresé a la Juventud Comunista.

Un día me dijeron que debía encontrarme con un tipo muy importante y que, al verlo, lo reconocería. Él estaría esperándome en una esquina de la calle, frente a la salida principal de la Universidad. Debía entregarme algo.

Acudí puntualmente a la cita. Minutos después, un hombre alto, flaco, se situó en la acera opuesta. Su cara no me resultaba familiar, pero él me miraba. Esperé un rato. Como nadie llegó, decidí irme. Luego supe que ese tipo alto y flaco era el hombre importante al que debí habérmele acercado. El hombre que años después, al conocerlo, cambió para siempre el rumbo de mi vida: Jaime Bateman Cayón.
Permanecí poco tiempo en la Juventud Comunista. Sin embargo, fuera de ella participaba también en las actividades políticas estudiantiles. Yo estaba en la universidad cuando Lleras, siendo candidato presidencial, fue a dictar una conferencia y los estudiantes no lo dejaron hablar. Le lanzaron huevos, tomates… Él se encerró en la Decanatura de Derecho. Cuando el Batallón Guardia Presidencial acudió a rescatarlo, los estudiantes nos situamos a lo largo del trayecto de salida haciéndole una especie de calle de honor. Como él es bajito, uno tras otro le tocábamos la cabeza con nuestros cuadernos, mientras, enfurecido, Carlos Lleras se alejaba de la Universidad.

Por esa época, dedicado de lleno a la lectura, asistía también a los círculos de estudio… Y fue sólo entonces, al estar en contacto con la gente de izquierda, cuando superé por fin el deseo de vengar la muerte de mi padre: había racionalizado el problema, había entendido ya la dimensión de la tragedia de Colombia y, así, había comprendido la razón de la mía.

Ya conocía a Camilo.
Ya era amigo suyo.

Yo estaba en Cartago cuando Camilo visitó el pueblo. Vi entonces, por primera vez, que ese lugar dormido a través del tiempo era capaz de despertar… Camilo hizo que, por un momento, las gentes olvidaran sus odios de partido y se unieran en torno de él… Después de la visita de Camilo, Cartago comenzó a moverse y su pueblo a sonreír.
Pero ese alboroto de sueños duró sólo unos meses.

Un día, estando sentado en un café de Cartago, adonde antes de la visita de Camilo iban no más los liberales y ahora concurría todo el mundo, oí que alguien, a mi lado, gritó la noticia:
-Mataron a Camilo.
No creí. Permanecí un rato quieto, sin pensar… Recorrí el pueblo. Pasé junto a sus casas coloniales, desteñidas… Me detuve al frente de la iglesia. Llegué hasta el parque. Nadie hablaba. Cartago había quedado como antes: sólo se escuchaba su silencio… Entonces murmuré:
-Sí, mataron a Camilo.
Sobrevino la crisis… Murió Camilo. Mataron al Che. Se produjo la división chino-soviética. Se rompió el marxismo como teoría única. Se rompió en la discusión que siguieron Sartre y el estructuralismo. Se politizó tanto la lucha estudiantil que se volvió de minorías. Se teorizó tanto que se perdió el contacto con la realidad del país. Se multiplicaron los grupos y los subgrupos de izquierda. Los revolucionarios no supieron qué hacer… Aparecieron las crisis personales.
Comenzaron los suicidios. Todos se suicidaban… Todos los intelectuales. Todos con barbas y vestidos negros… Todos existencialistas… Todos pensando en Heidegger y su Da-Sein, todos se suicidaban… Todos lo hacían después de escuchar Jazz…

Unos se suicidaban de verdad. Otros se suicidaban tres y cuatro veces… Se tomaban el frasco de pastillas y llamaban por teléfono:
-Me estoy muriendo…

-¿Quién se suicidó hoy? –era la pregunta ritual de esa época, cuando todos los días llegábamos a la universidad.



De la crisis nos rescató la literatura latinoamericana: La ciudad y los perros, La muerte de Artemio Cruz, Comala, Cien años de soledad… Desde Carpentier hasta Carrasquilla, de Rulfo a García Márquez… Ellos nos ubicaron. Ellos lograron hacer con nosotros lo que no hicieron tantas teorías traídas de esquemas, tanta lingüística, tanta semiología, tanta marxistología, tanta sociología, tantas cosas de esas que nos habían alejado de la acción política, que nos habían llevado a abandonar nuestra propia realidad…

Tomado de: Siembra Vientos y Recogerás Tempestades. Patricia Lara.

( El relato de Álvaro Fayad continuará en unos días)

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