Movimiento Jaime Bateman Cayon: Rojas Pinilla

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lunes, 16 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman Parte 3 Final

Jaime Bateman Cayón (Parte 3 de 3 Final)

"Recuerdo cuando mataron a Camilo..."


Vivía en una pensión situada en la calle veintisiete con carrera veintiseis, junto con mi hermana y Carlos Romero, entonces su marido, quien era dirigente de la Juventud Comunista. Hoy es vicepresidente del Concejo de Bogotá y miembro del P.C. (Partido Comunista). Me dediqué de lleno a la política. Ingresé a la JUCO en 1960 y le hice campaña a Alfonso López Michelsen. Tal vez él no me recuerde. Pero nos veíamos en las comidas, en las manifestaciones. Yo era de los que hablaba primero para atraer a la gente. Esa es la mecánica. Adelante mandan a unos tipos a que reúnan a la población. Luego llega el jefe y habla. Eché discursos en favor de López en muchos lugares: Ciénaga, Fundación, Aracataca... 

Tal vez fue allá donde se retiró del teatro, enfurecido, porque los comunistas habían hegemonizado la manifestación. Yo tenía un taller de screen con algunos compañeros. Quizás López no recuerde que contrató con nosotros la hechura, a mano de cien mil afiches. El me entregó el dinero... En los barrios de Bogotá también le hice campaña. Fueron muchos los sitios a donde lo acompañé. Pero él iba con su comitiva, en sus aviones, en sus carros y a nosotros nos tocaba comer carretera con el proletariado. Hacíamos manifestaciones inmensas en la Plaza de Bolívar. Generalmente yo estaba en la tribuna, a su lado. Pero ahí ya eran otros los que echaban los discursos. Villar Borda “El Conde”... ¡Cómo se llama ese tipo, hombre! “El Conde”, ése todo señorial, ése que hacía parte de la Dirección Liberal. Ese a quien acusaban de ser oligarca y que dijo una vez: “¡Más vale un oligarca al servicio de los pobres, que un pobre al servicio de los ricos!” 

Recuerdo también a la ex ministra de Trabajo, María Elena de Crovo. Me acuerdo de ella, la que soltó tantas lágrimas de cocodrilo cuando el entierro de José Raquel Mercado. De ella, la que bailaba tanto conmigo en las fiestas de la JUCO. 

Esa época era distinta a la de ahora. Acababa de triunfar la Revolución Cubana. Había más mística... Yo estuve preso cuando la CIA condujo la invasión a Playa Girón. Hicimos una manifestación monstruosa, de protesta, frente a la Embajada norteamericana. Nos allanaron la casa y me detuvieron. Permanecí unos días en unos calabozos que quedaban en la calle doce con la carrera cuarta. Entonces demandé al juez por daños y perjuicios. El se enfureció. 

Los pájaros disparándoles a las escopetas! —gritaba—. Era el juez veintitrés, recuerdo. Fue tal la rabia que le produjo mi demanda que me tuvo preso un tiempo más. Injustamente detenido por el sistema, ¿cierto? 

Con el fundador del Ejército Popular de Liberación, Pedro Vásquez, muerto en combate hace algunos años, formamos el grupo de choque de la JUCO. Les dábamos duro a los que, de noche, ponían avisos contra la Revolución Cubana. ¡Los cogíamos a cadenazos! Una vez, un miembro del Comité Central, borracho, comenzó a formar problema en una reunión. Le dimos con la cadena, obvio. Ya principiábamos a crearle dificultades al Partido. 

Jaime Bateman en la URSS
La JUCO me envió, entonces, a la Unión Soviética. Allá hice un curso de ciencias políticas. Yo me había inscrito en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional en Bogotá. Pero me la pasaba haciendo política. Si quedaba algún tiempo libre iba al Café Lutecia a tomar tinto y a jugar ajedrez. Jamás estudiaba. Pero leía mucho. Sólo lo que interesaba, obvio: Jorge Amado, Luis Carlos Prestes, Máximo Gorki.... En la Unión Soviética sí me tocó estudiar. Tuve que leer todas las obras de Lenin, muchas de Marx (El Capital, apenas mordisqueadito), algunas de Hegel, de cuanta mierda... Cuando terminé el curso ingresé al hospital ¡Eso fue un lío! Como yo era tan flaco, prácticamente no había lugar de donde me pudieran sacar la carne que necesitaba para hacerme los injertos en la pierna. ¡Esa maldita pierna! me molesta desde que tengo once años. Me la fracturé y el médico en Barranquilla, de bruto, me puso el yeso directamente sobre la herida. La pierna se iba gangrenando. Casi tienen que cortármela. En el hospital permanecí ocho meses. Estaba en un pabellón donde había muchos marineros. Con ellos aprendí a hablar ruso como chocoano. En Moscú había también varios brasileros. Me enseñaron a bailar zamba y a putear en portugués. ¡Hasta era divertido! Pero me aburrí en la Unión Soviética y regresé en 1962. Quizás fue en 1963. No estoy seguro. Claro que a mí no me gusta mencionar que estuve allá porque eso desprestigia. En serio. No se ría. ¡Desprestigia berracamente! 

Camilo Torres Restrepo en la Universidad Nacional
Llegué a Bogotá en la época de Camilo Torres. Viví intensamente ese período de su movimiento estudiantil. Yo era el responsable de la JUCO en Bogotá y, como tal, participaba en el movimiento. Conocí a toda la gente de la Federación de Universidades. En esa época el presidente de la FUN (Federación Universitaria Nacional) era Julio César Cortés. Primero lo sucedió Armando Correa, quien murió en el Ejército de Liberación Nacional y, luego, Jorge Posada. Yo no estuve tan cerca de Camilo como Julio César Cortés o Jaime Arenas. Pero sí lo conocí mucho. Lo defendía. A mí me hirieron durante una manifestación que hizo Camilo en Bogotá. Un tipo quería acercársele y me dio un golpe que me partió la mano. Había mucha pugna entre los distintos grupos por estar a su lado. Todo el mundo lo rodeaba. 

Pintura de Camilo Torres Restrepo
Pero recuerdo la primera reunión que él cito para hacer un llamamiento popular. López Michelsen, María Elena de Crovo, María Arango, muchos estábamos presentes. Camilo comenzó a hablar y todos se fueron retirando. Nos quedamos solos, con él, María Arango y yo. Le aconsejamos que hiciera algo más premeditado, más serio, menos infantil que lo que entonces decía: ¡era algo así como hacer una manifestación en la plaza de Bolívar y luego tomarse el poder! Pero después empezó su actividad en la Universidad, mucho más vigorosa. Comenzó a enfrentarse a la multitud, y la gente empezó a participar. 

Camilo en la guerrilla
Camilo hablaba sin tapujos, con sinceridad, sin pendejadas, con sencillez... Su discurso era muy elemental. La gente lo entendía. Además, era de una gran amplitud. Para nosotros, ésa fue la más importante de sus enseñanzas: ésa, la de que en este país la revolución tiene que ser popular; ésa, la de que hay que hacerla con todo el mundo, sin discriminaciones. El planteamiento de Camilo no era socialista, tampoco era comunista. Era popular, democrático, antioligárquico, antiimperialista... Y el Ejército de Liberación Nacional, en esa época, representaba mucho esa corriente. (Fue posteriormente, cuando el ELN estaba ya muy golpeado, que se radicalizó). Esa discusión, la de si Camilo ha debido irse a o no a la guerrilla, ¡es tontería! Todo es tan relativo... Seguro no escogió bien el momento... Ellos habían llegado a una conclusión falsa: la de que ya se les había cerrado el camino de la legalidad. Y, realmente, lo que nosotros veíamos era que a las manifestaciones de Camilo salía mucho la gente. ¡Claro que siempre había problemas con la policía! Pero se estaban haciendo movilizaciones de masas... 

Recuerdo cuando mataron a Camilo. Meses antes, yo iba a reemplazar a Manuel Cepeda en la Secretaría General de la JUCO. Pero fue Carlos Romero quien lo sustituyó. A mí, el monte me llamó más la atención. Me fui para la guerrilla. Ingresé a las FARC. 

Recuerdo cuando mataron a Camilo... 

Su muerte me produjo ira y tristeza. Sí, mucha tristeza... Quizás en mi vida nunca he estado tan triste como cuando murió Camilo. No acostumbro llorar. No me gusta... Jamás lloro. Pero sí, cuando mataron a Camilo, tal vez lloré... No sé, no me acuerdo bien... Era el estado del llanto en todo caso... 

Recuerdo cuando mataron a Camilo...

Con su muerte, como con la de Gaitán, el país sufrió otra enorme frustración... Con su muerte, como con la de Gaitán, al pueblo se le cerró otra puerta... Con su muerte, como con la de Gaitán, a los pobres se les esfumó otra esperanza... 

Recuerdo cuando mataron a Camilo...

 


Tomado de "Siembra Vientos y Recogerás Tempestades" de Patricia Lara.

Otras Publicaciones:


Jaime Bateman Parte 1 "A Gaitán lo asesinó la oligarquía"


Jaime Bateman parte 2 "Nos enfrentamos a la dictadura"

domingo, 15 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman Parte 2 : Yo era muy necio

Jaime Bateman Cayón (Parte 2 de 3)

"Nos enfrentamos a la Dictadura"



Jaime Bateman (Silla) en su primera Comunión
Recuerdo la época de Rojas Pinilla. En 1953, cuando tomó el poder, yo tenía trece años. Mi familia era liberal. Como había caído el presidente conservador Laureano Gómez, mis padres estaban felices. También yo, obvio. Entonces, no teníamos comodidades especiales. Nunca las tuvimos. Pero vivíamos bien. Nuestra casa quedaba en la Calle del Río. Su fachada era blanca. Su dueña había resuelto pintarla por dentro de verde aguamarina. Mi cuarto quedaba más allá del patio, tras los árboles, junto a la cocina. Detrás de la paredilla blanca vivía Salvadorcito. Joaquín Bohórquez, el viceministro de Hacienda del gobierno de López, vivía del otro lado. Cerca quedaba el Gimnasio Santa Marta. El samario de la televisión, Franky Linero, estudiaba conmigo. El banquero internacional, José Ochoa, también fue compañero mío. Me acuerdo de él porque hablaba muy bien inglés, era muy bueno para las matemáticas y jamás iba a comer burra con nosotros. ¡Es que... no parecía costeño! 

A mí me marcó el viejo Núñez, rector del Gimnasio Santa Marta, hecho a imagen y semejanza del Gimnasio Moderno. Dos veces me expulsó por echar en el suelo desbarata baile, esa hoja jugosa que despide un olor espantoso cuando uno la pisa. ¡Yo era muy necio! Hacía avioncitos de papel y los echaba a volar en plena clase. Era inquieto. No estudiaba. Pero me iba bien. Mi mamá decía que el viejo Núñez se condolía de ella porque vendía quesos, leche, de cuanta mierda, para costear la educación de sus hijos. El sueldo que ganaba mi papá no nos alcanzaba. Por eso, decía mi mamá, al viejo Núñez le daba lástima y me volvía a recibir luego de que me botaba. 

Jaime Bateman y su "bendita pierna"
Yo era tesorero de la Legión de María. Un día la jefa se fue y nos bebimos la plata de la Legión. Tomábamos mucho ron caña, el más barato. ¡En Santa Marta, alguien tiene que acordarse de mí en las parrandas! Me decían El Fundidor. Sacaba a bailar a las peladas y solamente las soltaba cuando se fundían de cansancio. En los carnavales tocaba tambor. Lo hacía para conseguir trago más que todo. Las parrandas, sabrosas, las cumbiambas... Yo participa en las cumbiambas tocando la hembra, el tambor que llama. Otro tocaba el macho, otro la rasca, otra la tambora, especie de bombo. Otro el guache, ese tarro de aluminio que tiene pepitas adentro. Y así recorríamos las calles disfrazados, cubiertos por los capuchones, tocando tambor, cantando, bailando, bebiendo ron. ¡Y se formaban las peleas! Siempre he sido violento cuando me emborracho, peligroso. Por lo general, las fiestas acababan en puños. Los bailes, sabrosos, los boleros... Era la época de Daniel Santos, de Beny Moré, del Casino de la Playa, de Alberto Beltrán, de Pacho Galán, de Bienveni¬do Granda... Me encantaba bailar. Me fascina. Salsa es lo que mejor bailo. Yo iba mucho a esos bares de la Costa en donde los hombres, solos, bailan la charanga. Y tiraba mucho paso. ¡Sí, bastante! Cuando no bailábamos íbamos a los billares Panamericana. Quedaban en la Calle San Vicente del Cangrejal. Todavía existen. Me encantaba el billar. Me fascina. Me gusta tanto como la pachanga y tanto como el mar. En el mar me la pasaba... Del colegio nos escapábamos para ir a bañarnos desnudos en la bahía. Era buen nadador. Fui campeón de natación. Campeón en todos los estilos. Sólo perdí una competen¬cia. ¡Era que ese día estaba enguayabado! 
Pues sí, yo vivía en el mar... Buceaba moneditas que los gringos me tiraban desde el muelle. Recorríamos la bahía en cayucos. Se los alquilábamos a un viejo pescador que habitaba en el barrio Ancón. Felicidad, le decíamos. Siempre estaba alegre... Ese barrio de pescadores no existe ya. En su lugar está ahora el Puerto. Dos pesos con cincuenta valía el alquiler del cayuco: de ocho de la mañana a tres de la tarde. Ibamos al Morro o a Taganga. Siempre quería llegar lejos. Pero mi amigo le temía al mar. Y eso me daba mucha rabia. Entonces, meneaba el cayuco hasta que se mareaba y lo ponía a llorar. Y lo hacía pedir perdón. Sólo así regresábamos. ¡Pobre! Siempre llegábamos un poco antes que el atardecer. 

Por las noches, íbamos al Bar Avenida. Recuerdo sus paredes amarillentas, sus mesas con manteles a cuadros rojos, su piano... La música salía del traganíquel, generalmente. A veces tocaba alguna orquesta. Bebíamos lo que pudiéramos pagar: Nevada, Anís Río de Oro o Ron Caña. Nos servían las meseras... Cuando teníamos plata, nos las llevábamos para cualquier pensión de mala muerte. A veces, dormíamos en el Hotel San Carlos. Era de madera. Afuera tronaba el ferrocarril. La noche valía cinco barras. Las meseras cobraban cincuenta por una noche entera y veinte por un ratico. Rara vez teníamos dinero. Entonces se formaban las peleas. Y todo terminaba en trompadas. 

Ya en esa época me habían expulsado definitivamente del Gimnasio Santa Marta. Me botó el cura que enseñaba Historia Sagrada. Se enfureció un día que le dije que por qué no nos contaba otro cuento... Poco fue lo que aprendí en ese colegio: ortografía, lectura y redacción. No más. Luego fui redoblante en la banda de guerra del Liceo Celedón. El ambiente del Liceo era muy popular. ¡Fue ahí donde se crearon los elementos de una rebeldía muy berraca! 

Nos enfrentamos a la dictadura. Cursaba cuarto o quinto de bachillerato. En esos días, mayo de 1957, cuando cayó Rojas Pinilla, tenía diecisiete años. Yo participé intensamente en la lucha contra Rojas. Encabezaba las manifestaciones. Tiraba piedra. Me mezclaba con la gente. Echaba discursos. Agitaba. Así hice mis primeros trotes en la rebeldía. Empecé mi vida política luchando al lado de la burguesía. Nuestra consigna era muy burguesa: “¡Lleras, Lleras, libertad, libertad!”. Eso era lo que gritábamos. ¡Pero con Lleras, de 1957 en adelante, no pasó un carajo! Entonces le dimos la espalda a la burguesía. Eramos varios. Me acuerdo de Félix Vega y de Pedro Bonnet, hoy brazo derecho de uno de los principales oligarcas colombianos, Julio Mario Santodomingo. 

Del Liceo Celedón me expulsaron también por revoltoso. Hacía huelgas. Protestaba contra los profesores injustos... Una vez arrastramos a un profesor en calzoncillos por todo el colegio. Nos había puesto cero a todos. Y eso era injusto. Cuando terminé quinto, el rector del Liceo, Alfredo Almenares, me botó por ser el abandera¬do de las manifestaciones contra el profesor Montero, un tipo a quien debíamos aguantarnos a pesar de que el estudiantado no lo quería. Entonces, vine a Bogotá a cursar sexto de bachillerato. Me matriculé en el Colegio Interamericano.

En Bogotá...

(Continúa en unos días...)




martes, 10 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman "A Gaitán lo asesinó la oligarquía"

Jaime Bateman Cayón (Parte 1 de 3)
"A Gaitán lo asesinó la oligarquía"


Carlos Bateman, Jaime Bateman (Centro) y Matilde Bateman
Cuando mataron a Gaitán el Ejército llegó a mi casa. Mi papá trabajaba en Telecom. La gente enfurecida por el asesinato de su líder, iba a destruir las instalaciones de la Empresa de Telecomunicaciones del Gobierno. Y llegó el Ejército... Los soldados vivieron en mi casa durante dos meses. El Gobierno los había abandonado. Nadie les enviaba ropa ni comida. Sudaban. No soportaban el calor de Santa Marta. Eran de Boyacá, de la montaña. En los alrededores de mi casa había ciruelos. Les bajaba las frutas. Eso era lo que comían. ¡Pobres soldaditos! 


Clementina Cayón,
Madre de Bateman.
Dos semanas después del nueve de abril cumpliría ocho años. Entonces, ya sabía yo quién era Gaitán. En mi casa se discutía mucho de política. Mi mamá ha sido activista liberal toda su vida. Desde pequeño me interesé por Gaitán. Lo oía... Me impresionó mucho su muerte. 

A Gaitán lo asesinó la oligarquía. Y lo mató porque él quería instaurar la democracia. Gaitán había logrado revivir el movimiento popular, el cual estaba adquiriendo dimensiones impredecibles. Y eso amenazaba los intereses de la oligarquía conservadora que detentaba entonces el poder. Gaitán despertó en el pueblo expectativas de triunfo. Le enseñó que, un día, el poder de los pobres triunfaría sobre el poder de los ricos... Y así iba a ocurrir... Por eso lo mataron... Por eso el Gobierno de Ospina Pérez ahogó el movimiento de masas. Por eso armó su policía política. Por eso desalojaron a los campesinos de sus tierras. Por eso se empuñaron las armas. Por eso murieron trescientos mil colombianos... Por eso han seguido muriendo... Por eso morirán otros... Por eso, quizás, moriremos nosotros... Porque en este país no hay democracia. Porque aquí la democracia tendremos que conquistarla con las armas. 

Y en ese momento, cuando asesinaron a Gaitán, la respuesta popular fue violenta. Y así tenía que ser. Pero fue una respuesta desorgani¬zada. Los jefes liberales no se colocaron a la cabeza de la insurrección. No derrocaron al Gobierno que estaba asesinando al pueblo liberal. No fueron capaces de responderle a la masa que los apoyaba entonces. ¡Pero es que ellos no podían hacerlo! De haberle respondido, hubieran atentado contra los intereses de su clase. Hubieran colaborado con el triunfo de los pobres, del pueblo. Y al día siguiente del asesinato de Gaitán, cuando las casas incendiadas humeaban todavía, cuando la gente, a la deriva, había ahogado en alcohol su desconcierto, Darío Echandía, amigo personal y político de Gaitán, era el nuevo ministro de Gobierno. Y se intensificó la violencia. Y fue una violencia inducida desde arriba, como decía Camilo. ¡Este tema se ha analizado tanto! Pero creo que cuando el pueblo liberal se mata con el pueblo conservador es porque hay algo detrás. ¡Y no eran los oligarcas los que se mataban! Eran los humildes. ¡Y no era el pueblo el que incitaba a la violencia! Eran los de arriba. Sospechosa maniobra, ¿cierto? El sectarismo los ayudaba a conseguir adeptos, a conseguir tierras. Ahí están las cifras que demuestran cómo, durante ese período, cambió en Colombia la tenencia de la tierra a una velocidad vertiginosa. Cientos de miles de campesinos fueron despojados de sus tierras. Cientos de miles fueron asesinados. Cientos de miles... Es que esta oligarquía es capaz de recurrir a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Y recurrió a la violencia... 

Laureano Gómez y Alberto Lleras.
Pero esa violencia iba a salírseles de las manos. Iba a conducir a otra solución. Por eso tenían que detenerla. Y cuando Rojas Pinilla dio el golpe militar, cundió el júbilo entre la oligarquía liberal. Y el ex presidente Santos brindó con champaña en su casa de París. Pero Rojas comenzó a darle cosas a la gente, cosas... Eso puede ser populismo, lo que se quiera, pero la gente se acuerda de las cosas, las cosas. Y el pueblo lo que más recuerda del Gobierno de Rojas fue lo que hizo su hija María Eugenia. Ella les repartía alimentos a los pobres, ropa, les regalaba en Navidad juguetes a los niños, ayudaba a los ancianos. Eso no iba a cambiar la estructura del Estado, obvio. Pero era mucho más fácil de palpar que lo que habían hecho otros gobiernos. Y la oligarquía le retiró su apoyo a Rojas. Rojas se dio cuenta, entonces, de que necesitaba el apoyo de un partido político diferente del liberal y del conservador. El iba ya hacia la conformación de lo que fue poste¬riormente la ANAPO: un tercer partido destinado a romper la hegemonía de los otros dos, hegemonía oligárquica, plutocrática, que no estaba respaldada por el pueblo liberal ni tampoco por el conservador, hegemonía de un sector muy reducido, muy cerrado de la sociedad colombiana, hegemonía de siempre... 

El General Rojas Pinilla al centro.
Y la oligarquía liberal y la oligarquía conservadora se sintieron entonces viudas del poder. Y se unieron con una facilidad increíble. Y organizaron el derrocamiento de Rojas Pinilla. Y pactaron la alternación en el poder: el Frente Nacional. Y el Partido Liberal y el Partido Conservador se repartieron el poder por la mitad. Y saciaron así sus apetitos burocráticos. Y apren¬dieron a gobernar unidos. Y creyeron haber descubierto la fórmula para reinar por los siglos de los siglos... 



Y decretaron el silencio... 

Nuestra casa quedaba detrás del mar. Era grande. La rodeaban prados y campos de golf. Pero no era nuestra. Pertenecía a la United Fruit Company. Estaba dentro de “El Prado”, la ciudadela de los gringos. Nosotros no podíamos jugar golf en sus campos, ni bañarnos en sus piscinas, ni bailar en sus clubes. Eso sólo podían hacerlo ellos. Los gringos comían mejor que nosotros. A nosotros nos daban la misma comida que a sus perros. 

Igual ocurría antes, cuando vivíamos en Guacamayal, un pueblo de la zona bananera. Mi papá era secretario de la Compañía Agrícola del Magdalena. En Sevilla, una aldea próspera y cercana, vivían los gringos. En Guacamayal vivíamos nosotros. Ellos tenían clubes, piscinas, teatros. Pero allá tampoco podíamos ir. Permanecíamos entonces en nuestra casa blanca de puertas y ventanas verdes. 

Para llegar al inodoro, un cajón a la intemperie, había que atravesar un patio lleno de palmas de coco, de cauchos y de almendros. En el mismo lugar vive hoy el dentista de ese pueblo polvoriento. Allá, los huecos de las muelas siguen emparejándose con su fresa de pedal implacable. Como hoy, también antes desfilaba por el frente de la casa la burra que arrastraba el acueducto del pueblo: una caneca de lata oxidada colocada horizontalmente sobre dos horquetas rematadas por ruedas. Al otro extremo de la caneca, un orificio tapado por un frasco de jarabe para la tos servía de grifo: cuando las señoras se acercaban con sus calderos viejos para llenarlos de agua comprada, el hombre retiraba el frasco, y el chorro oscuro de agua extraída del río que hoy todavía corre enfrente de la antigua casa brotaba entonces. Es el río Guacamayal. Todos los días, a las cuatro de la tarde, el tren lo atravesaba por ese puente que yo veía enorme. En sus orillas permanecía horas enteras... No me cansaba de mirar cómo se abombaban por encima del agua los vestidos de las lavanderas que se hundían mientras golpeaban la ropa espumosa con sus manducos largos, planos, de madera. Luego desfilaban por el frente de mi casa sosteniendo con las manos, sobre sus cabezas, las bateas llenas de ropa limpia. Sus vestidos empapados se pegaban a sus cuerpos de mujer.

Recuerdo la época de Rojas Pinilla...

(Continúa en unos días...)

Tomado de "Siembra Vientos y Recogerás Tempestades" de Patricia Lara.


Otras Publicaciones:

Julián Conrado le escribe al Mov. Jaime Bateman:
http://movimientojaimebatemancayon.blogspot.com/2011/12/carta-de-julian-conrado-al-movimiento.html


El lápiz del estudiante:

Los malvados no cantan: