Carta de manuela a los colombianos de hoy
¡Qué buena vaina con los hombres que solo ven
virtud en una, si se comporta como ellos! ¡éso sí!, sin tomarse las licencias
que se toman ellos.
Si una aprende a leer y a escribir, si una
lee libros trascendentes, si una monta a caballo a horcajadas, si una se
vistiese de húsar y aprende a usar las armas de guerrera, si una es valiente al
ver de frente el enemigo, si una habla de política con propiedad y demuestra
ser hábil estratega, si una es guerrera, se entrega al combate, es leal y
visionaria en la lucha, todo esto sin dejar de cumplir los deberes de una
mujer, entonces están complacidos y repiten hasta aurrirnos que somos como
ellos.
Pero cuando se pone de manifiesto lo que
somos, ese delicioso encanto por el que nos hacemos adorar; el hecho simple de
que una es una hembra, tiene sus necesidades y están en la edad de merecer, la
mandan a una para el carajo.
También están los otros, los que están
convencidos de que nuestro sitio es la cocina o comedor o la sala, cuando se
trata de hacer los honores de la casa. Que nuestra única tarea son las labores
del hogar. Que si una aprende a leer es solo para seguir el misal los domingos,
que los únicos hierros que debe haber en nuestras manos son ollas y sartenes, y
las agujas de coserle los calzones.
Éstos son más brutos y por ello más honestos
que estos otros caballeros, gentiles hombres, que nos admiran y nos creen
virtuosas si logramos hacer las cosas que se suponen sólo deben hacer ellos,
pero que secretamente aspiran a que seamos “eunucas”.
Yo fui amante del Libertador Simón Bolívar,
no fui la única, ni puedo asegurar que fui la que él más quiso, pero ninguna
otra lo amo a mi manera. Adoré al hombre y veneré al genio, quise al filósofo
como al general, seguí sus pasos en el baile y en la guerra, admiré tanto al
héroe como al estadista, oí atenta todas sus palabras: las de la batalla, las
de paz, las del amor.
Brindé sus triunfos y me comí sus derrotas.
Salvé dos veces su vida, pero eso no tiene ninguna importancia ante el hecho
cierto de haber salvado su gloria.
¡Dormí con él, muchas lo hicieron!, pero sólo
yo soñé su sueño y cuando no fue posible más, cuando la felonía nos tomó por
asalto y lo obligó a despertar, cuando el admitió que su República no era en
este mundo, aún allí, permanecí a su lado y compartí su destino.
¡Bueno! No todo su destino. Después de morir,
abatido por las traiciones y la pobreza, él fue reivindicado, aunque no así su
proyecto político. Pero hoy se le trata de Libertador y hasta de padre de la Patria.
No hay cuidad importante en este continente que no tenga una plaza, una calle,
un edificio o una institución con su nombre. Hay medallas y premios en su
honor, es el epónimo de escuelas y universidades. Su biografía se ha escrito
decenas de veces, unas para endiosarlo y
otras tantas para seguir vilipendiándolo.
Sus objetos personales, desde su adorada
vajilla de plata hasta sus desgastados pantalones de montar, las camas donde
durmió, las sillas en las que se sentó, los aguamaniles con los que se lavó,
todo lo que en vida él tocó es hoy objeto de culto, y sin embargo a mi, que fuí
su posesión más preciosa, a mi la historia, o mejor dicho, los historiadores,
me siguen tratando de puta.
¿Pero saben qué? ¡No me importa! ¿Acaso me
importó ser hija del adulterio en el Quito del siglo XVIII? ¿Acaso me importó
abandonar el convento al que mi padre me envió a estudiar y huir con aquel
oficial que despertó mi concupiscencia? ¿Acaso me importó dejar a mi marido, el
pesado James Thorne, por el Libertador Simón Bolívar y hacer público que era su
amante estando aún casada con el otro.
Aún recuerdo aquella carta que una vez le
envié a Thorne, quien no se resignaba a que siendo legalmente su esposa nunca
más viviera con él. Lo mismo les digo ahora a ustedes:”Yo no vivo de las
preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente”.
¿Si no me importó cuando habité entre
ustedes, por qué habría de importante ahora que todo está consumado? ¿Para qué
querría yo, ¡Manuela Sáenz!, que ustedes me hicieran un lugar en sus altares
patrios?
Mucho me divertía viendo el trabajo que pasan
tratando de beatificarme. Siendo yo coronela del Ejército Libertador de
Colombia y habiendo estado en combate, en la Batalla de Ayacucho, ¿Tendría
estatuas ecuestres? ¿Me harían sentar de lado sobre el caballo, como aquellas
delicadas cortesanas que en largos y abultados trajes iban de paseo al campo, o
me dejarían montar a horcajadas, en pantalón bombacho con cotaina blanca,
luciendo aquel dolman rojo con brandenburgos dorados que yo adoraba y que era
bastante parecido, por cierto, al que usaba el Libertador?
Estaría al mismo nivel que el mariscal
Antonio José de Sucre, por haber sido ambos los oficiales más cercanos a
Bolívar, sus principales colaboradores en la redacción de la constitución de
Bolivia bajo la cual buscaba unir definitivamente a las provincias de
Venezuela, Bogotá, Guayaquil, Quito, Perú y Alto Perú en la República de
Colombia.
Antonio José y yo fuimos sus principales
incondicionales en el trabajo militar y político de crear Colombia en la
batalla contra Francisco de Paula Santander y todos los que, finalmente,
hicieron periclitar la patria grande, ¿Mereceré el honor de estar al lado del
Gran Mariscal de Ayacucho?
¿Me tocaría más bien estar al lado del
general Rafael Urdaneta? Fuimos él y yo oficiales que más perseveramos en el
proyecto bolivariano e incluso, apoyados en el descontento popular contra los
Santanderistas, intentamos mantener la unidad de Colombia derrocando en Bogotá
al presidente Joaquín Mosquera, cuando el caos se había apoderado del país y el
libertador agonizaba en Cartagena.
¿Iría
al lado del general Daniel Florencio O’Leary? Yo, antes que él, fui la
encargada de ordenar y custodiar el archivo del libertador, incluyendo la
correspondencia más privada con la que
viajé por costas, montañas y llanuras de toda Colombia.
¡No! Ya han tenido suficiente trabajo en
cortar y remendar esa historia patria de ustedes para hacer de Bolívar un
manojo de virtudes, pero no de las virtudes propias de un hombre que lucha por
la libertad y la justicia en medio de grandes adversidades, atrapado en
pérfidas circunstancias, sino de las virtudes de un santo.
Y no es igual, no lo fue antes ni lo es
ahora. Si un hombre lo abandona todo por un ideal y tiene éxito, es un héroe.
En todo caso, si le va mal se le considerará un romántico soñador. Si es una la
que lo abandona todo por un ideal, simplemente no le creen, dirán que se va
tras el hombre y no tras la idea y la llamarán loca.
Si un hombre no tiene hijos, dirán que no
consiguió la persona indicada con la que tenerlos, que la vida fue ingrata con
él y será objeto de lástima. Si es una la que no tiene hijos, se le considerará
un ser incompleto, incompetente para realizar su principal misión en la vida y
tendrá que saborear los más agrios reproches.
Si un hombre ejercita su sexualidad como le
plazca y tienen numerosas amantes – de su excelencia se dice que tuvo 58- s le
considerará un galán de apasionado verbo, la varonil figura cuya solo presencia
subyuga a las féminas, la irresistible tentación que haría pecar a una santa en
su hornacina. Si es una la que hace uso de su sexo como le apetezca le llueven
las piedras que no lanzaron contra la Magdalena.
El Libertador y yo lo dejamos todo por un
ideal, al ir tras él perdimos familia y fortuna, no engendramos hijos, aunque
disfrutamos de nuestra sexualidad como quisimos, pero él es hombre y yo,
afortunadamente, soy mujer y ustedes aún no pueden con eso.
Para ustedes, cuando mucho me estiman, soy la
Libertadora del Libertador, deberían saber que él me llamó así pocas veces en
la vida, a partir de aquel 25 de septiembre de 1828 cuando, por segunda vez, le
salvé la vida, pero que comúnmente como me llamaba era “mi amable loca”.
Yo, que lo amé irremisiblemente, siempre me
sentí orgullosa y feliz de ser su libertadora y su loca, pero ustedes no tienen
derecho a llamarme de una forma ni de la otra. Ustedes nos son Bolívar, el hijo
predilecto de la gloria.
Para ustedes sólo puedo tener un título, el de Libertadora.
Manuela Sáenz
Coronela del Ejército Libertador .