Entrega Doce de "Relatos de la Violencia"
La mítica "Casa Verde" (Parte 3 de 3 Final)
Manuel Marulanda e Iván Marino Ospina |
Unos meses
después hicimos las entrevistas con Isauro Yosa, alias Mayor Lister, y con
Eusebio Prada. Desde el tiempo en que andábamos recogiendo el material que
sirvió de base para escribir Siguiendo el corte, nos habíamos encontrados con estos
nombres y los teníamos, digamos, en la mira. Sabíamos que Isauro vivía en el
Alto Ariari y que Prada andaba escondido después de un atentado al que
sobrevivió milagrosamente. Un viejo militante del Partido Comunista, Gerardo
González, que conocimos en el Primer Foro sobre La Macarena llevado a cabo en
Vista Hermosa, en el año 85, nos hizo la relación.
Conocimos en uno
de los barrios que rodeaba a Soacha a Isauro Yosa. Tendría en ese momento unos
sesenta años y sufría de los riñones, mal que terminó llevándolo a la tumba a principios
de 1994. Tenía un cuerpo robusto que debió ser fuerte pero no ágil. Hablaba con
mucho cuidado, midiendo cada palabra, pero poco a poco fue dejándonos ver su
alma. Le prometí regresar cuando hubiera terminado el texto preliminar. Nunca
le cumplí la promesa.
A Eusebio Prada
lo entrevistamos en Bogotá. Vivía con Teresita, su mujer. Él estaba todavía
convaleciente y acababa de regresar de Alemania Oriental, donde le habían
sacado cuatro de los cinco proyectiles que un sicario le clavó en el cuerpo cuando
se exterminaba, a los ojos de todos los colombianos y del gobierno, a la UP
(Unión Patriótica). Prada es un hombre al que se le toca el fondo con rapidez
porque se abre con generosidad. Hablamos mucho tiempo. Una gran parte la
dedicó, como es explicable, a contarnos el atentado. Él es el Mono Mejías. Su
vida en el relato de “El camino de los huyentes” es contada por el Mono Jojoy,
a quien conocimos en El Confín, saliendo de La Caucha. Conversamos con él
mientras nos preparaban el almuerzo. Es uno de esos guerrilleros que pertenecen
por estirpe a la guerra. Hijo de un guerrillero de Juan de la Cruz Varela,
nació, creció y ha vivido siempre en la guerra. Es oriundo del Sumapaz y fue
uno de los huyentes que engrosaron la Columna de Marcha hacia el Duda, dirigidos
por Eusebio Prada. Dicen que es el sucesor de Marulanda. Se ofrecen hoy
quinientos millones de pesos por él.
Dos años después
volvimos al Secretariado. La relación oficial con la Coordinadora Guerrillera
se deterioró durante el gobierno de Barco, que centró todo su esfuerzo de paz
con el M-19. Con Gaviria y la Constituyente se abrió una esperanza de paz que
poco a poco se fue agotando. La desmovilización a cambio de la participación en
la Asamblea Constituyente era un negocio muy difícil, y más si se tiene en
cuenta que el tiempo que había para hacerlo resultaba muy corto. Pero todavía
unos meses antes de la votación para la Asamblea Constituyente muchos
acariciábamos la ilusión de ver a la CGSB (Coordinadora Guerrillera Simón
Bolívar) en el recinto de sesiones defendiendo sus tesis políticas. El clima
que vivíamos era propicio para una negociación exitosa. El país hubiera sellado
el acuerdo con una ovación cerrada.
Con la esperanza
–que hoy reconozco pretenciosa e ingenua- de acercar las distancias entre las
Consejería de Paz y la Coordinadora, organizamos un segundo viaje al
Secretariado. Consulté, al título personal, mis intenciones a la Consejería y
decidí meterme al Sumapaz, una vez más, sin autorización alguna, ni de uno ni
de otro bando. Usamos el mismo método anterior: recorrimos a partir de Cabrera
el camino que ya conocíamos, hasta que la guerrilla nos paró; muy cerca de la
Cabecera del Plan, donde llegamos el primero de noviembre de 1990, un mes antes
de la votación para escoger candidatos a la Constituyente. Entre el morral
llevábamos las transcripciones de las entrevistas que habíamos hecho en el
primer viaje. La patrulla que nos detuvo se comunicó con Alfonso y nos dieron
además del visto bueno para continuar el camino, cinco bestias excelentes. No
olvidaré la mía, llamada El Conejo, que había sido de Jacobo. Un caballito
alazán muy atento y memorioso. En tres jornadas estuvimos en Ucrania, que ya
conocíamos. Cerca se había construido El Pueblito, sede del secretariado: unas
diez casas de madera con luz eléctrica generada por la rueda Pelton de Marulanda. En
el centro está todavía –ya que el ejército la ha respetado- la tumba de Jacobo.
Un mausoleo, para nuestro gusto un tanto pasado de moda, que en el momento en
que llegamos, tenía guardia de honor permanente. Alfonso salió a recibirnos
como la primera vez, y pronto nos encontramos en su casa discutiendo la
importancia de la Constituyente y la posibilidad de que la Coordinadora
Guerrillera participara.
Al día siguiente
nos recibió Marulanda. La conversación giró en torno a la muerte de Jacobo y al
vacío que había dejado. Lo notamos muy golpeado, y no nos quiso abrir la
ventana para discutir el asunto de la participación en la Constituyente de la
desmovilización. Estando en esas oímos un helicóptero muy cerca. Hubo revuelo
general dentro de un gran control. Marulanda siguió hablando, pero se notaba
que tenía una oreja en el motor del aparato. El ruido se fue haciendo cada vez
más fuerte hasta oír las aspas justo encima de nosotros. Marulanda se apartó
del grupo, nos pidió excusas, habló por radio-teléfono y miró desde una lomita
el Black Huck sin inmutarse. Luego regresó y nos dijo: “Están con ganas de
meterse” El helicóptero se alejó y dio por terminada la entrevista. Antes de
despedirnos le conté que llevábamos la transcripción de la grabación para que
él la conociera. Me dijo: “Si es una transcripción, ¿para qué revisarla? Lo que
dije lo dije. Yo no cambio de historia cada año”.
Alfonso nos
sugirió que saliéramos cuanto antes porque esperaban un bombardeo de un momento
a otro. Esa noche nos mostraron un video, llamado “Aquí estamos, Putumayo”,
sobre un ataque de la guerrilla a los campos paramilitares de El Azul en el río
Putumayo. Nos pareció un elogio a la violencia, pero además, mostraba a la
guerrilla marchando a paso de ganso como si fuera tropas soviéticas o nazis.
Con franqueza y evidente fastidio se lo dijimos a Cano. Quedó en silencio un
rato y nos respondió con tristeza: “Es que la guerra es monstruosa”.
Salimos de El
Pueblito hacia las ocho de la mañana del día siguiente. Nos esperaban tres días
de camino. Habíamos andado una hora cuando vimos un avión negro frente a
nosotros, a una distancia no mayor de dos o tres kilómetros. Nuestros guías
gritaron: “Es el marrano. ¡Al suelo!” Como pudimos nos tiramos de los caballos
y corrimos para cualquier lado. En ese momento se oyeron las primeras bombas.
En medio del desconcierto me tiré a un hueco que resultó ser una trinchera. Una
vez se calmaron las cosas, tuve que –abochornado e impotente- pedir ayuda para
salir. Los guerrilleros no podían de la risa al ver mi torpeza.
El amago de
bombardeo renovó nuestra intención de abandonar a marchas forzadas la zona. Lo
que se veía venir era grande. Dos horas después el avión volvió con su
cargamento de bombas y de terror. Llegando a Casa Verde volvimos a escuchar los
totazos. Un guerrillero nos comentó: “Parece que comenzó la fiesta”. El ruido
de las bombas nos siguió, cada vez más débil e intermitente, hasta que coronamos
el páramo. Allá el silencio continuaba reinando majestuoso.
La noche cayó
cuando entrábamos a la Cabecera del Plan y allí dormimos. Serían las tres de la
mañana cuando llegaron jadeantes dos guerrilleros. Pidieron permiso y se
acomodaron en el suelo. Uno de nuestros guías les preguntó cómo estaban las
cosas por allá abajo, es decir, hacia Cabrera. La respuesta nos heló a los que
estábamos despiertos: “Pues hermano –respondió uno de los recién llegados-, eso
está lleno de chulos. Dicen que hay comisiones que vienen hacia el Plan y otras
que van hacia el Duda”. La noche, pues, se acabó. Fernando y yo nos levantamos
a esperar la invasión a pie. Los guerrilleros, no obstante, siguieron
durmiendo. A las cinco estábamos ensillando y a las seis salimos. Esperábamos
encontramos con el ejército en cualquier momento. Decidimos no salir por
Cabrera sino por San Juan de Sumapaz, a donde llegamos cuando el bus de la una
de la tarde estaba saliendo. A las cinco estábamos en territorio conocido, la
avenida Primera de Mayo.
Atrás quedaban
nuestra ilusión de paz y el miedo a los bombardeos. Adelante nos esperaba la
guerra integral que el gobierno de César Gaviria declararía unos meses después.
Alfredo Molano.
(Tomado de "Trochas y Fusiles" del sociólogo Alfredo Molano Bravo)
Otras Publicaciones:
La mítica Casa verde Parte 1:
La mítica Casa Verde Parte 2:
Julián Conrado le escribe al Mov. Jaime Bateman:
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