Movimiento Jaime Bateman Cayon: Relatos de la Violencia: La mítica Casa Verde 3 parte

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viernes, 6 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: La mítica Casa Verde 3 parte


Entrega Doce de "Relatos de la Violencia"

 La mítica "Casa Verde" (Parte 3 de 3 Final)


Manuel Marulanda e Iván Marino Ospina
Unos meses después hicimos las entrevistas con Isauro Yosa, alias Mayor Lister, y con Eusebio Prada. Desde el tiempo en que andábamos recogiendo el material que sirvió de base para escribir Siguiendo el corte, nos habíamos encontrados con estos nombres y los teníamos, digamos, en la mira. Sabíamos que Isauro vivía en el Alto Ariari y que Prada andaba escondido después de un atentado al que sobrevivió milagrosamente. Un viejo militante del Partido Comunista, Gerardo González, que conocimos en el Primer Foro sobre La Macarena llevado a cabo en Vista Hermosa, en el año 85, nos hizo la relación.

Conocimos en uno de los barrios que rodeaba a Soacha a Isauro Yosa. Tendría en ese momento unos sesenta años y sufría de los riñones, mal que terminó llevándolo a la tumba a principios de 1994. Tenía un cuerpo robusto que debió ser fuerte pero no ágil. Hablaba con mucho cuidado, midiendo cada palabra, pero poco a poco fue dejándonos ver su alma. Le prometí regresar cuando hubiera terminado el texto preliminar. Nunca le cumplí la promesa.

A Eusebio Prada lo entrevistamos en Bogotá. Vivía con Teresita, su mujer. Él estaba todavía convaleciente y acababa de regresar de Alemania Oriental, donde le habían sacado cuatro de los cinco proyectiles que un sicario le clavó en el cuerpo cuando se exterminaba, a los ojos de todos los colombianos y del gobierno, a la UP (Unión Patriótica). Prada es un hombre al que se le toca el fondo con rapidez porque se abre con generosidad. Hablamos mucho tiempo. Una gran parte la dedicó, como es explicable, a contarnos el atentado. Él es el Mono Mejías. Su vida en el relato de “El camino de los huyentes” es contada por el Mono Jojoy, a quien conocimos en El Confín, saliendo de La Caucha. Conversamos con él mientras nos preparaban el almuerzo. Es uno de esos guerrilleros que pertenecen por estirpe a la guerra. Hijo de un guerrillero de Juan de la Cruz Varela, nació, creció y ha vivido siempre en la guerra. Es oriundo del Sumapaz y fue uno de los huyentes que engrosaron la Columna de Marcha hacia el Duda, dirigidos por Eusebio Prada. Dicen que es el sucesor de Marulanda. Se ofrecen hoy quinientos millones de pesos por él.

Dos años después volvimos al Secretariado. La relación oficial con la Coordinadora Guerrillera se deterioró durante el gobierno de Barco, que centró todo su esfuerzo de paz con el M-19. Con Gaviria y la Constituyente se abrió una esperanza de paz que poco a poco se fue agotando. La desmovilización a cambio de la participación en la Asamblea Constituyente era un negocio muy difícil, y más si se tiene en cuenta que el tiempo que había para hacerlo resultaba muy corto. Pero todavía unos meses antes de la votación para la Asamblea Constituyente muchos acariciábamos la ilusión de ver a la CGSB (Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar) en el recinto de sesiones defendiendo sus tesis políticas. El clima que vivíamos era propicio para una negociación exitosa. El país hubiera sellado el acuerdo con una ovación cerrada.

Con la esperanza –que hoy reconozco pretenciosa e ingenua- de acercar las distancias entre las Consejería de Paz y la Coordinadora, organizamos un segundo viaje al Secretariado. Consulté, al título personal, mis intenciones a la Consejería y decidí meterme al Sumapaz, una vez más, sin autorización alguna, ni de uno ni de otro bando. Usamos el mismo método anterior: recorrimos a partir de Cabrera el camino que ya conocíamos, hasta que la guerrilla nos paró; muy cerca de la Cabecera del Plan, donde llegamos el primero de noviembre de 1990, un mes antes de la votación para escoger candidatos a la Constituyente. Entre el morral llevábamos las transcripciones de las entrevistas que habíamos hecho en el primer viaje. La patrulla que nos detuvo se comunicó con Alfonso y nos dieron además del visto bueno para continuar el camino, cinco bestias excelentes. No olvidaré la mía, llamada El Conejo, que había sido de Jacobo. Un caballito alazán muy atento y memorioso. En tres jornadas estuvimos en Ucrania, que ya conocíamos. Cerca se había construido El Pueblito, sede del secretariado: unas diez casas de madera con luz eléctrica  generada por la rueda Pelton de Marulanda. En el centro está todavía –ya que el ejército la ha respetado- la tumba de Jacobo. Un mausoleo, para nuestro gusto un tanto pasado de moda, que en el momento en que llegamos, tenía guardia de honor permanente. Alfonso salió a recibirnos como la primera vez, y pronto nos encontramos en su casa discutiendo la importancia de la Constituyente y la posibilidad de que la Coordinadora Guerrillera participara.

Al día siguiente nos recibió Marulanda. La conversación giró en torno a la muerte de Jacobo y al vacío que había dejado. Lo notamos muy golpeado, y no nos quiso abrir la ventana para discutir el asunto de la participación en la Constituyente de la desmovilización. Estando en esas oímos un helicóptero muy cerca. Hubo revuelo general dentro de un gran control. Marulanda siguió hablando, pero se notaba que tenía una oreja en el motor del aparato. El ruido se fue haciendo cada vez más fuerte hasta oír las aspas justo encima de nosotros. Marulanda se apartó del grupo, nos pidió excusas, habló por radio-teléfono y miró desde una lomita el Black Huck sin inmutarse. Luego regresó y nos dijo: “Están con ganas de meterse” El helicóptero se alejó y dio por terminada la entrevista. Antes de despedirnos le conté que llevábamos la transcripción de la grabación para que él la conociera. Me dijo: “Si es una transcripción, ¿para qué revisarla? Lo que dije lo dije. Yo no cambio de historia cada año”.

Alfonso nos sugirió que saliéramos cuanto antes porque esperaban un bombardeo de un momento a otro. Esa noche nos mostraron un video, llamado “Aquí estamos, Putumayo”, sobre un ataque de la guerrilla a los campos paramilitares de El Azul en el río Putumayo. Nos pareció un elogio a la violencia, pero además, mostraba a la guerrilla marchando a paso de ganso como si fuera tropas soviéticas o nazis. Con franqueza y evidente fastidio se lo dijimos a Cano. Quedó en silencio un rato y nos respondió con tristeza: “Es que la guerra es monstruosa”.  

Salimos de El Pueblito hacia las ocho de la mañana del día siguiente. Nos esperaban tres días de camino. Habíamos andado una hora cuando vimos un avión negro frente a nosotros, a una distancia no mayor de dos o tres kilómetros. Nuestros guías gritaron: “Es el marrano. ¡Al suelo!” Como pudimos nos tiramos de los caballos y corrimos para cualquier lado. En ese momento se oyeron las primeras bombas. En medio del desconcierto me tiré a un hueco que resultó ser una trinchera. Una vez se calmaron las cosas, tuve que –abochornado e impotente- pedir ayuda para salir. Los guerrilleros no podían de la risa al ver mi torpeza.

El amago de bombardeo renovó nuestra intención de abandonar a marchas forzadas la zona. Lo que se veía venir era grande. Dos horas después el avión volvió con su cargamento de bombas y de terror. Llegando a Casa Verde volvimos a escuchar los totazos. Un guerrillero nos comentó: “Parece que comenzó la fiesta”. El ruido de las bombas nos siguió, cada vez más débil e intermitente, hasta que coronamos el páramo. Allá el silencio continuaba reinando majestuoso.

La noche cayó cuando entrábamos a la Cabecera del Plan y allí dormimos. Serían las tres de la mañana cuando llegaron jadeantes dos guerrilleros. Pidieron permiso y se acomodaron en el suelo. Uno de nuestros guías les preguntó cómo estaban las cosas por allá abajo, es decir, hacia Cabrera. La respuesta nos heló a los que estábamos despiertos: “Pues hermano –respondió uno de los recién llegados-, eso está lleno de chulos. Dicen que hay comisiones que vienen hacia el Plan y otras que van hacia el Duda”. La noche, pues, se acabó. Fernando y yo nos levantamos a esperar la invasión a pie. Los guerrilleros, no obstante, siguieron durmiendo. A las cinco estábamos ensillando y a las seis salimos. Esperábamos encontramos con el ejército en cualquier momento. Decidimos no salir por Cabrera sino por San Juan de Sumapaz, a donde llegamos cuando el bus de la una de la tarde estaba saliendo. A las cinco estábamos en territorio conocido, la avenida Primera de Mayo.

Atrás quedaban nuestra ilusión de paz y el miedo a los bombardeos. Adelante nos esperaba la guerra integral que el gobierno de César Gaviria declararía unos meses después.

Bogotá, octubre de 1992. 
Alfredo Molano.


(Tomado de "Trochas y Fusiles" del sociólogo Alfredo Molano Bravo)


Otras Publicaciones:

La mítica Casa verde Parte 1:


La mítica Casa Verde Parte 2:

Julián Conrado le escribe al Mov. Jaime Bateman:





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