Entrega Once de "Relatos de la Violencia"
La mítica "Casa Verde" (Parte 2 de 3)
Por lo que vimos en La Caucha, las relaciones entre Jacobo y Marulanda eran respetuosas e intensas. Pero conservaban una cierta distancia, que inclusive en lo cotidiano era física. Vivían separados. Cada uno tenía su propia escolta y su cocina aparte. Manuel bajaba de su casa acompañado de un perro y armado con una M1 –el arma según él mejor diseñada-. Jacobo no subía casi nunca.
Los retazos de
autobiografía que nos contó Jacobo nos llevaron a pensar en la posibilidad de
hacer una serie de historias de vida. No sólo con Jacobo y Marulanda, sino con
guerrilleros y guerrilleras de tropa. A Alfonso le sonó la iniciativa y nos
dijo que lo iba a proponer al Secretariado. Jacobo aceptó de inmediato; Manuel,
más retrechero, pidió un tiempo para pensar. Jacobo se sentó frente a la
grabadora y nos atiborró de discursos altisonantes que no nos sirvieron para
nada porque carecían de substancia. Marulanda nos pidió que le explicáramos por
escrito para qué queríamos saber de su vida y qué preguntas le íbamos a hacer.
En cuanto a los guerrilleros y guerrilleras de base, no nos pusieron ninguna
limitación. Alfonso nos dijo sonriendo: “Cojan al que se deje”.
Mientras
Marulanda nos contestaba, nos dedicamos a hacer algunas entrevistas.
Conversamos largo con Joselo, pero el viejo era astuto y lo que era realmente
interesante lo contaba de tal manera y a tal nivel de voz que no quedaba
grabado. Además, el Secretariado le había prohibido hablar con periodistas
porque había cometido hacía poco tiempo una grave imprudencia, al declarar a la
revista Vea que en el Amazonas no se movía una hoja sin su consentimiento.
Entrevistamos a Munición, un compadre de Marulanda, nacido en Génova, que lo
acompañaba desde los días en que eran tan sólo liberales. En el libro, Munición
cuenta la historia de limpios y comunes. Hicimos grabaciones también con
guerrilleros de base. La historia de una muchacha nos conmovió particularmente.
Parte de esa historia intensa, contradictoria y adolorida pero llena de fe, la
cuenta Melisa, que es el único personaje del libro construido a partir de
muchas voces.
Por fin, cuando
habíamos perdido la esperanza, Marulanda nos invitó a su casa. “Para
conversar”, nos advirtió. De todas maneras subimos armados con grabadoras y
casetes. Nos recibió Sandra, su compañera. Una muchacha mucho más joven que él,
alegre pero discreta. Había sido maestra de escuela hasta que Marulanda se
encontró con ella. La casa en que vivía la pareja y donde hicimos la entrevista
tenía un solar, cercado con cañabrava, donde Manuel cultivaba cebolla,
arracacha, maíz. A diferencia de las otras casas, ésta tenía piso de barro,
salvo la alcoba principal, y además de una cama doble había una pequeña mesa
con radioteléfono. Los libros de Marulanda eran pocos.Recuerdo obras del Che y
de Lenin, un libro de Páginas escogidas
de Murillo Toro. Las mejores oraciones
de Jorge Eliécer Gaitán y un Manual de
electricidad práctica. Tenía muchos folletos y una foto de él con Sandra el
día del matrimonio.
Cuando llegamos,
Marulanda estaba ocupado reparando una planta de luz eléctrica. “Es –según nos
contó Sandra- su goma. Arma y desarma plantas de luz todo el día. Pero no sólo
eso, sino que ahora en El Pueblito, a donde nos estamos trasladando, está
construyendo una gran rueda Pelton que producirá más de doscientos kilovatios”.
Al rato llegó el viejo y nos aclaró, al oír que estábamos hablando del trasteo,
que había que trasladar al Secretariado porque la loma de La Caucha era muy
peligrosa para un bombardeo. “Como estamos en destapado y el terreno es parejo,
a un avión no le cuesta trabajo meterse. Ustedes saben que en los gobiernos uno
no se puede confiar porque los manejan los militares. Ahora las cosas están
aliviaditas, pero en cualquier momento vuelven a la guerra. Ya lo sabemos y por
eso estamos tomando medidas. No es que abajo, a donde vamos a vivir, no puedan
bombardear, pero allá la montaña está más cerrada y las lomas más juntas.
Digamos que les cuesta más tiempo entrarnos”.
Marulanda es un
hombre tímido. Le pidió a Sandra, cortésmente, que acercara una botella de
whisky y nos acompañara. La llamaba “compañera”, con más ternura que autoridad.
Se tomó un trago antes de preguntarnos qué queríamos. Le respondimos que
tratábamos de hacer una historia de su vida. Nos interrumpió diciéndonos: “¿Eso
para qué? Yo no tengo historia, y yo no he hecho más que bregar para que no
maltraten a la gente. Eso es todo lo que yo tengo que decir: lo demás son
pendejadas. Además, Arturo Alape vino con el mismo cuento, así que lo que yo
les diga ya se lo dije a él. Ustedes llegaron tarde. Yo acepto la conversa
porque Cano me lo pidió y no porque esté interesado en contar mentiras”. Así
comenzó la entrevista. Lo que hablamos quedó grabado y, a pesar de que en el
libro –repetimos- es Munición el que cuenta en la persona de Marulanda fue
tomada de la transcripción y cotejada con la grabación original.
Marulanda se tomó sólo uno o dos tragos, los necesarios para superar la timidez. Conversamos desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Sandra nos cocinó una gallina. Y cuando la entrevista terminó, volvió a su tema preferido: la paz. “Es que yo estoy buscando la paz desde hace muchos años. Me tocó inventarme esta guerra para que me oyeran a mí y a la gente que por mi boca habla, pero al gobierno no le conviene la paz, porque, entonces, ¿qué hace con los militares? Uno pide una cosa y le responden que no, que no se puede porque la Constitución no lo permite. Entonces uno propone el cambio de Constitución y le responden que no, que eso es anticonstitucional. No dejan sino el camino de la guerra o el de la entrega. Y el de la entrega va a ser muy difícil, porque uno tan viejo ya no está para esas. Nos piden que entreguemos las armas, pero esas armas son nuestras, las hemos conseguido peleando. Vamos a ajustar cuarenta años de pelea. Si ellos quisieran hacer las pases, en una hora las hacemos, pero si no quieren va a ser como muy difícil, pues para ellos todo es anticonstitucional”.
Esa última palabra del discurso nos acompañó todo el camino. Después de la entrevista con Marulanda poco nos quedaba por hacer. Al día siguiente, a las siete de la mañana, nos tenían los caballos listos. Marulanda salió a despedirnos, nos dio la mano y se devolvió con su perro y su M1. Jacobo, en cambio, no dejó de carcajearse, de echar discursos, de dar órdenes y de recochar. Le pedimos que posara para una foto y nos sacó la lengua. Lo tuvimos muy cerca, pero no logramos verle los ojos. Las gafas los ocultaban totalmente. Nadie nos ha podido decir nunca cómo eran los ojos de Jacobo.
(Tomado de "Trochas y Fusiles" del sociólogo Alfredo Molano Bravo)
Continúa en unos días...
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