Movimiento Jaime Bateman Cayon: Relatos de la Violencia: Jaime Bateman Parte 2 : Yo era muy necio

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domingo, 15 de enero de 2012

Relatos de la Violencia: Jaime Bateman Parte 2 : Yo era muy necio

Jaime Bateman Cayón (Parte 2 de 3)

"Nos enfrentamos a la Dictadura"



Jaime Bateman (Silla) en su primera Comunión
Recuerdo la época de Rojas Pinilla. En 1953, cuando tomó el poder, yo tenía trece años. Mi familia era liberal. Como había caído el presidente conservador Laureano Gómez, mis padres estaban felices. También yo, obvio. Entonces, no teníamos comodidades especiales. Nunca las tuvimos. Pero vivíamos bien. Nuestra casa quedaba en la Calle del Río. Su fachada era blanca. Su dueña había resuelto pintarla por dentro de verde aguamarina. Mi cuarto quedaba más allá del patio, tras los árboles, junto a la cocina. Detrás de la paredilla blanca vivía Salvadorcito. Joaquín Bohórquez, el viceministro de Hacienda del gobierno de López, vivía del otro lado. Cerca quedaba el Gimnasio Santa Marta. El samario de la televisión, Franky Linero, estudiaba conmigo. El banquero internacional, José Ochoa, también fue compañero mío. Me acuerdo de él porque hablaba muy bien inglés, era muy bueno para las matemáticas y jamás iba a comer burra con nosotros. ¡Es que... no parecía costeño! 

A mí me marcó el viejo Núñez, rector del Gimnasio Santa Marta, hecho a imagen y semejanza del Gimnasio Moderno. Dos veces me expulsó por echar en el suelo desbarata baile, esa hoja jugosa que despide un olor espantoso cuando uno la pisa. ¡Yo era muy necio! Hacía avioncitos de papel y los echaba a volar en plena clase. Era inquieto. No estudiaba. Pero me iba bien. Mi mamá decía que el viejo Núñez se condolía de ella porque vendía quesos, leche, de cuanta mierda, para costear la educación de sus hijos. El sueldo que ganaba mi papá no nos alcanzaba. Por eso, decía mi mamá, al viejo Núñez le daba lástima y me volvía a recibir luego de que me botaba. 

Jaime Bateman y su "bendita pierna"
Yo era tesorero de la Legión de María. Un día la jefa se fue y nos bebimos la plata de la Legión. Tomábamos mucho ron caña, el más barato. ¡En Santa Marta, alguien tiene que acordarse de mí en las parrandas! Me decían El Fundidor. Sacaba a bailar a las peladas y solamente las soltaba cuando se fundían de cansancio. En los carnavales tocaba tambor. Lo hacía para conseguir trago más que todo. Las parrandas, sabrosas, las cumbiambas... Yo participa en las cumbiambas tocando la hembra, el tambor que llama. Otro tocaba el macho, otro la rasca, otra la tambora, especie de bombo. Otro el guache, ese tarro de aluminio que tiene pepitas adentro. Y así recorríamos las calles disfrazados, cubiertos por los capuchones, tocando tambor, cantando, bailando, bebiendo ron. ¡Y se formaban las peleas! Siempre he sido violento cuando me emborracho, peligroso. Por lo general, las fiestas acababan en puños. Los bailes, sabrosos, los boleros... Era la época de Daniel Santos, de Beny Moré, del Casino de la Playa, de Alberto Beltrán, de Pacho Galán, de Bienveni¬do Granda... Me encantaba bailar. Me fascina. Salsa es lo que mejor bailo. Yo iba mucho a esos bares de la Costa en donde los hombres, solos, bailan la charanga. Y tiraba mucho paso. ¡Sí, bastante! Cuando no bailábamos íbamos a los billares Panamericana. Quedaban en la Calle San Vicente del Cangrejal. Todavía existen. Me encantaba el billar. Me fascina. Me gusta tanto como la pachanga y tanto como el mar. En el mar me la pasaba... Del colegio nos escapábamos para ir a bañarnos desnudos en la bahía. Era buen nadador. Fui campeón de natación. Campeón en todos los estilos. Sólo perdí una competen¬cia. ¡Era que ese día estaba enguayabado! 
Pues sí, yo vivía en el mar... Buceaba moneditas que los gringos me tiraban desde el muelle. Recorríamos la bahía en cayucos. Se los alquilábamos a un viejo pescador que habitaba en el barrio Ancón. Felicidad, le decíamos. Siempre estaba alegre... Ese barrio de pescadores no existe ya. En su lugar está ahora el Puerto. Dos pesos con cincuenta valía el alquiler del cayuco: de ocho de la mañana a tres de la tarde. Ibamos al Morro o a Taganga. Siempre quería llegar lejos. Pero mi amigo le temía al mar. Y eso me daba mucha rabia. Entonces, meneaba el cayuco hasta que se mareaba y lo ponía a llorar. Y lo hacía pedir perdón. Sólo así regresábamos. ¡Pobre! Siempre llegábamos un poco antes que el atardecer. 

Por las noches, íbamos al Bar Avenida. Recuerdo sus paredes amarillentas, sus mesas con manteles a cuadros rojos, su piano... La música salía del traganíquel, generalmente. A veces tocaba alguna orquesta. Bebíamos lo que pudiéramos pagar: Nevada, Anís Río de Oro o Ron Caña. Nos servían las meseras... Cuando teníamos plata, nos las llevábamos para cualquier pensión de mala muerte. A veces, dormíamos en el Hotel San Carlos. Era de madera. Afuera tronaba el ferrocarril. La noche valía cinco barras. Las meseras cobraban cincuenta por una noche entera y veinte por un ratico. Rara vez teníamos dinero. Entonces se formaban las peleas. Y todo terminaba en trompadas. 

Ya en esa época me habían expulsado definitivamente del Gimnasio Santa Marta. Me botó el cura que enseñaba Historia Sagrada. Se enfureció un día que le dije que por qué no nos contaba otro cuento... Poco fue lo que aprendí en ese colegio: ortografía, lectura y redacción. No más. Luego fui redoblante en la banda de guerra del Liceo Celedón. El ambiente del Liceo era muy popular. ¡Fue ahí donde se crearon los elementos de una rebeldía muy berraca! 

Nos enfrentamos a la dictadura. Cursaba cuarto o quinto de bachillerato. En esos días, mayo de 1957, cuando cayó Rojas Pinilla, tenía diecisiete años. Yo participé intensamente en la lucha contra Rojas. Encabezaba las manifestaciones. Tiraba piedra. Me mezclaba con la gente. Echaba discursos. Agitaba. Así hice mis primeros trotes en la rebeldía. Empecé mi vida política luchando al lado de la burguesía. Nuestra consigna era muy burguesa: “¡Lleras, Lleras, libertad, libertad!”. Eso era lo que gritábamos. ¡Pero con Lleras, de 1957 en adelante, no pasó un carajo! Entonces le dimos la espalda a la burguesía. Eramos varios. Me acuerdo de Félix Vega y de Pedro Bonnet, hoy brazo derecho de uno de los principales oligarcas colombianos, Julio Mario Santodomingo. 

Del Liceo Celedón me expulsaron también por revoltoso. Hacía huelgas. Protestaba contra los profesores injustos... Una vez arrastramos a un profesor en calzoncillos por todo el colegio. Nos había puesto cero a todos. Y eso era injusto. Cuando terminé quinto, el rector del Liceo, Alfredo Almenares, me botó por ser el abandera¬do de las manifestaciones contra el profesor Montero, un tipo a quien debíamos aguantarnos a pesar de que el estudiantado no lo quería. Entonces, vine a Bogotá a cursar sexto de bachillerato. Me matriculé en el Colegio Interamericano.

En Bogotá...

(Continúa en unos días...)




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